Cada mañana desde el pasado domingo, el madridista se despierta sobresaltado frente a una incógnita existencial: ¿Sigo confiando en Mourinho?

Mi respuesta es afirmativa, y procuro contagiarla a otros adeptos. No es una fe ciega, porque he observado que hay equipos que ganan al Barça. De hecho, cada año hay más equipos que ganan al Barça, y el Madrid no logra incorporarse a la lista. Sin embargo, Mourinho ha consolidado a base de músculo el único dique de contención contra la superioridad cerebral barcelonista. De ahí mi preocupación cuando el técnico luso derrota hacia el esoterismo, en el ilusorio debate sobre su "triángulo de presión alta", denominación eufemística del "trivote" que otros eruditos contraponen al "triángulo mágico". Esta pasión triangular obligaba a encajar tres goles el sábado. Y así fue.

Hasta el pasado fin de semana, el Madrid había mejorado en valores tan arcaicos como el sacrificio y el juego testicular. La querella bizantina entre triángulo y trivote pretende exonerar a Mourinho de su leyenda conservadora. El técnico debería interiorizar que no nos preocupa que ataque con la dedicación exclusiva del Barça. De nuevo, nos bastaría con derrotarlo esporádicamente. Mientras el entrenador se enreda con sus triángulos de arte y ensayo, extravía sus valores clásicos. Verbigracia, ¿cuántos equipos le han marcado ocho goles a Mourinho en dos partidos? Y peor, ¿en cuántas ocasiones ha triangulado esta temporada el Barça tres goles a domicilio?

El Madrid ha de olvidarse de triángulos, triangustias y triangoles. Son sucedáneos de la palabra miedo. Ni un curso completo de geometría remediaría la incompetencia de Cristiano. Solo ante Valdés, trianguló el balón fuera del marco con pericia de topógrafo. Tras el enésimo revolcón sobre el césped, Mourinho se reivindica como catedrático. Que aprenda de Mariano Rajoy. El infalible presidente del Gobierno pronosticó un acertado tres a uno, en el único dato concreto desde su elevación. A su juicio, sería a favor del Madrid. Nadie es perfecto.