Les deseo buenos y saludables días, en esta recta final que, Navidad de por medio, nos llevará directamente a las últimas jornadas de 2011. Un año copioso en retos y dificultades, en el que los diferentes vientos de crisis, precrisis y postcrisis que nos visitan se han ido amalgamando de forma compleja, hasta casi hacernos perder el norte, parte de la ilusión y un poco de la esperanza... ¿A dónde vamos y de dónde venimos? A veces la realidad queda un poco difuminada, pero creo que es importante no perderla de vista como forma de empezar a salir del agujero.

Y, en medio del temporal, se suceden de una parte de la sociedad, por un lado, algunas propuestas rompedoras y planteamientos de máximos. O expresiones de miedo y la reticencia al cambio, por otro. Supongo que, una vez más, en el equilibrio estará la virtud. Un equilibrio que tiene que partir del consenso y de una cesión de intereses concertada por todas las partes, como única forma de construir en sostenible y con menos sobresaltos. Mi impresión es que, además de todo ello, en esta singladura, en este tiempo de aprendizaje y toma de decisiones, también hay terreno para un cierto nivel de absurdo. Y es en tal marco donde situaría yo algunas de las últimas propuestas en materia de empleo surgidas en algunos sectores de la sociedad. Propuestas que entiendo no proporcionarán una salida estable y sostenible al desasosiego y a la precariedad. En modo alguno.

Este país, obviamente, tiene un gran problema de empleo. Y el tal nivel de ocupación, la capacidad de dar un trabajo estable a la población activa, está relacionado con la posibilidad de que la población afectada pueda llevar, efectivamente, una vida independiente y normalizada. Si lo obtenido por un trabajador por el intercambio de su trabajo no alcanza tal nivel de sostenibilidad personal, entonces el problema persistirá. Dicho de otro modo, existe un mínimo técnico de salario -y, consecuentemente, también de dedicación horaria-más abajo del cual el empleo pierde la capacidad de darle a la persona esa independencia y autonomía que, con el mismo, se pretende.

Si lo único que tenemos capacidad de proponer son miniempleos, o si se vuelve a aludir a la bajada generalizada de salarios para asegurar la competitividad, es que no nos hemos enterado de cuál es el problema crónico -la pescadilla que se muerde la cola- que asfixia hoy a nuestra economía. La pérdida de poder adquisitivo generalizada amordaza al comercio y a los intercambios productivos. Y, continuando únicamente en esa senda de ajuste imparable en los salarios, esto irá a más. He escuchado recientemente declaraciones de algunos estudiosos de la cuestión que apelan a una mayor presión fiscal, por un lado, y a nuevas reducciones de salarios. Se mira a Europa para lo primero, por ejemplo. O se habla de la reducción de los costes de producción, para lo segundo. Lo que siempre se omite, no sé si deliberadamente, es que en Galicia estamos en el contexto de los sueldos prácticamente más bajos de nuestro entorno europeo, y, en particular, español, y ello en una dinámica imparable de subida del coste de la vida que ha equiparado, en la última década, muchos de nuestros costes fijos domésticos a los de nuestros vecinos de Europa. Con todo, me uno humildemente a Stiglitz y a otros nombres ilustres que abogan por no continuar en la senda de la chinificación -y perdónenme la caricatura los ciudadanos de ese gran país- de nuestra economía productiva. Si pretendemos ganarle la batalla a la crisis mediante un adelgazamiento infinito de costes de producción y, en particular, gastos de personal, estamos perdidos. No podemos competir con ello. Sólo nos queda, entonces, el camino difícil. Y ese pasa por la imaginación, por ser mejores cada día, por introducir fórmulas de competitividad basadas en la calidad y en el trabajo bien hecho, y en potenciar una marca "España", símbolo de solidez y de solvencia. Y no por reducir al infinito el poder adquisitivo de una clase socioeconómica media ya suficientemente tocada, mecanismo perfecto para abundar en la chapuza y en la desmotivación y descualificación de nuestros trabajadores. Pan para hoy y hambre para mañana.

Con el año nuevo, se tratará de seguir caminando... Y, en ese camino, espero que el paradigma no sea el de ser cada vez más pobres, trabajando.

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