. n El Salvador, las cruces se hacen anchas, muy anchas, como si fuesen lienzos. Y en ellas, se pintan con colores vivos, nubes, flores, peces, casas y personas... Son cruces alegres y muy vistosas, pero a la vez paradójicas. Porque no dejan de ser cruces, con toda su carga y su significado de dolor. Porque las cruces significan sufrimiento, aunque se pinten de colores.

Con esta reflexión Cipri, jesuita y miembro del Patronato de Intermón Oxfam, abría una reflexión sincera dentro del servicio religioso que él presidió, y con el que despedimos a nuestro amigo Moisés Martínez este pasado sábado en Gijón. Él, coordinador de Intermón Oxfam en su ciudad, nos dejaba después de un par de meses de enfermedad y dificultades crecientes. Y Cipri quiso de alguna manera relacionar esa forma de hacer las cruces en El Salvador con la vida de Moisés. Porque esta última también tuvo su cruz, pero estuvo siempre repleta de colores alegres, los de su personalidad y sus ganas, sus valores y la aportación a todo lo que hizo y en lo que creyó. Un montón de colores vivos, que a todos nos engancharon a él.

Cipri tampoco dejó de hacer un paralelismo entre los valores con que Moisés asumía su voluntariado, con ánimo de cambiar su entorno y el resto del mundo, y los que encarnaba Monseñor Romero. Porque el mismo día de esa reunión para despedir a Moisés, el 24 de marzo, se cumplían 32 años del asesinato de Óscar Romero. Una acción cobarde en beneficio de los intereses de quien nunca creyó en lo colectivo. Y que hoy sigue siendo recordada en tantos lugares del mundo.

Les cuento todo esto porque acabo de llegar de Gijón, y me siento descolocado. Supongo que es porque el destino, la vida misma, nos ha arrebatado muy prematuramente a un hombre bueno, sencillo y sincero, apasionado y generoso con los demás. Ustedes no le conocen, pero me parece importante contarles de igual forma este sentimiento que hoy he traído de más allá del Puente de los Santos. Y lo hago porque, igual que los míos, sus amigos y familiares también fallecen y les abandonan, y creo que puede ser bueno hablar de ello. Compartirlo, para no perder la sensibilidad. Y darnos cuenta que cada día de vida es un regalo, así como una excelente oportunidad para caminar juntos y cultivar la amistad, el cariño y anhelos de justicia y libertad. El mejor tesoro, si me piden mi opinión, que tenemos en estos años prestados encima de la faz de La Tierra.

Pero bueno, la vida sigue, y este amigo, como todos los amigos que ya no están, va a seguir presente en nuestro recuerdo, nuestro corazón y nuestras acciones. Déjenme que les cuente una tontería personal, para terminar. Justo cuando llegamos a la Iglesia de Fátima, en el barrio de La Calzada, templo histórico de justicia social y de años de compromiso con los más vulnerables, había muy poco sitio para aparcar. Veníamos del tanatorio, y llegábamos tarde. Después de varias vueltas, perdiéndome entre algunas calles, apareció un sitio amplio y generoso, en el que pude dejar el coche sin mayor problema. Al salir del coche, Marcos me dijo algo que en principio no entendí. "Claro, este sitio estaba reservado para nosotros", expresó mientras señalaba el portal que quedaba exactamente enfrente del coche. Allí una pequeña esquela -es costumbre en Gijón- informaba a los vecinos de la muerte de Moisés. Sin haber estado nosotros jamás allí, en aquella calle, el lugar que se había abierto entre las interminables hiladas de coches estacionados, el sitio de alguna forma reservado para nosotros estaba exactamente enfrente de su casa de siempre. De la de Moisés. Descanse en paz.

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