. ra lo obligado en coherencia con lo dicho. Propuso Aguirre devolver las grandes competencias al Estado, y a los Ayuntamientos otras no menos importantes para suprimir gastos ingentes, mucho personal y hasta los parlamentos regionales con su potestad legislativa y función de representación, claro está. El equivalente a deshacer el estado de las autonomías, destruir la Constitución actual y redactar otra con un diseño de organización territorial bien distinto al existente. ¡En un plis plas y de Madrid al cielo! Lo piensa mucha gente, no hay duda. Mucha gente importante de esa que ha recibido grandes subvenciones de los gobiernos autonómicos y que ha hecho grandes negocios del brazo de los amigos consejeros y presidentes regionales. ¡Si lo sabrá Esperanza Aguirre! Si lo sabrán en el PP de Matas, Camps y otros cuantos jerifaltes populares o no. Ahora que después de treinta años la crisis nos pone delante del espejo y nos muestra que lo que, se decía, funcionaba razonablemente bien deja mucho que desear y ha sido causa y tapadera de no pocos desmanes, viene Aguirre a denunciarlo con la brocha gorda del centralismo más reaccionario y del ultraliberalismo más antisocial. Ella que fue ministra, presidenta del Senado y desde 2003 presidenta de Madrid dice ahora que nos podíamos haber ahorrado las autonomías.

Sobran provocaciones y discursos bordes como el de Aguirre. Más ahora que hace falta mucho tacto para no alimentar el legítimo enfado de millones de ciudadanos que han pagado religiosamente sus impuestos, que no han saqueado las arcas públicas, ni recibido subvenciones, ni colocado a los parientes en la administración autonómica, ni esquilmado a las cajas de ahorro donde los mandones autonómicos y sus arrogantes cohortes de vanidosos emprendedores de la nada han metido la mano sin luz ni control. Lo de Aguirre es la provocación de una irresponsable por frívola, por ignorante y por su inaudita desfachatez. Sería excusable en la soflama de un taxista o en el arrebato de un perdedor pero no es tolerable en la dirigente madrileña. Las autonomías tienen que apretarse el cinturón, no desentenderse de sus responsabilidades y, eso sí, en cuanto sus electores puedan que echen a gobernantas como Aguirre.

Ni siquiera llega a globo sonda la torpe provocación de Aguirre. Rajoy y Beteta, al secretario de Estado de Administraciones Públicas que la conoce bien porque trabajó años a su lado en la Comunidad de Madrid, le han dado un no rotundo y otros la oposición y los partidos nacionalistas. Una cosa es hacer reformas y reconducciones serias y pactadas y otra muy distinta es coger la escoba y barrer treinta años de autonomías como si fuera coser y cantar. Es la vieja y salvaje reacción de la derecha ultramontana a lo largo de nuestra historia. Como en 1814, como en 1936, pero esta vez, menos mal, con una escoba en la mano.