Ya ven cómo se deslizan últimamente cuesta abajo, a veces parece que sin frenos, las cosas y las cuitas de las entidades financieras. ¡Quién ha visto y quién ve ahora, después de encuentros y desencuentros, comunicados y desmentidos, la situación de muchas de ellas! Y, a pesar de los insistentes rumores y de ser la crónica de una intervención anunciada, qué rápido se han producido los últimos acontecimientos en relación con el caso Bankia, que esta última semana adquiría ritmos verdaderamente vertiginosos.

En todo caso, al profano en cuestiones de la estructura profunda de tal ámbito le sorprenden algunos de los elementos aquí contenidos. Aspectos que tienen que ver, por decirlo de forma resumida, con cómo se puede degradar el estado de cuentas de una entidad sin que casi nadie lo perciba. Nadie salvo, en el fin del trayecto, una firma auditora avispada que de ninguna manera pudo hacer constar que los libros son el reflejo fiel de lo que, evidentemente, no es.¿No tendría que haber estado al quite alguien más? Esto afecta, muy particularmente, al papel del organismo de control, que en España existe, tiene amplios poderes, y se llama Banco de España.

Dicho de otra manera, ¿es que no existen mecanismos de control de las entidades financieras en España? La respuesta es que sí, sin duda. Y, acaso, ¿estos son de peor calidad que en otros países? Cabe suponer que no, lo cual está avalado por el siempre presentado como incuestionable dato de que la banca española goza de mayor salud, al haber sido sometida a requerimientos extra respecto del estándar europeo. Entonces, ¿es esto último verdad? ¿Qué es lo que está pasando? ¿Cómo es posible que acontecimientos así irrumpan en la escena pública casi de un día para otro? La mala praxis, los endeudamientos exagerados, la apuesta exacerbada por el ladrillo... ¿no hay quién los supervise, cuadro de mando integral en mano, para prevenir los desaguisados que, al final, hemos de pagar con el dinero de la ciudadanía?

El caso es que, generalizando ya un poco, a veces llama la atención lo poco seguros que son, precisamente, los sistemas de detección del fraude, la malversación, la mala praxis o, simplemente, de la excesiva exposición a un potencial peligro. Esto afecta a todo el sistema de control, empezando por el Banco regulador, pero continuando con un entramado en el que entran agencias de calificación y las propias auditoras. Sector que, en cierto modo, no deja de estar hoy en entredicho.

Acaso, ¿nadie recuerda casos como el de Enron, gigante de Estados Unidos, bendecida poco antes de su caída por quien tenía que supervisar su estado de salud? ¿O los clamorosos episodios de default con una calificación en vigor de deuda más alta por parte de agencias calificadoras que, sin embargo, castigan sin pudor hoy a la Europa periférica, sin dejar de ser arte y parte? Con todo, cuestiones que no se puede permitir un conjunto de operadores cuyo negocio es, precisamente, la transmisión de confianza, en el caso de auditoras y agencias de calificación. O la supervisión con garantía estatal, si hablamos de Bancos Reguladores.

¿Qué les parece? Para mí una posible conclusión, a la vista de lo expuesto, es que, muchas veces, el organismo de control, el vigilante, tiene los ojos muy abiertos para con los demás, o eso dice, pero, ay, ¿quién vigila al vigilante?

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