Qué otra cosa podía decir. El risueño ministro Montoro negó públicamente que Galicia vaya a tener un trato de favor del Gobierno por ser una de las comunidades más saneadas después de tres años de ajustes presupuestarios. Se lo preguntaron a bocajarro en la rueda de prensa posterior al Consejo de Política Fiscal y Financiera y se limitó a reconocer que presenta un plan idóneo para reducir lo que le queda del déficit, pero que de premios, nada, porque, dijo, "cumplir tenemos que cumplir todos".

En su día, Feijóo planteó a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría la posibilidad de que Moncloa incentivase de algún modo a aquellas autonomías que, como la nuestra, se apretaron el cinturón para equilibrar sus propias cuentas y con ello contribuyeron a aligerar los números rojos del Estado. Don Alberto sugería que los cumplidores resultasen de algún modo favorecidos frente al resto, por ejemplo en inversiones para infraestructuras o en cofinanciación de convenios.

Por más sensato que resultase el planteamiento de la Xunta, Montoro no podía decir otra cosa que lo que dijo. Lo contrario sería políticamente incorrecto, además de inoportuno, justo después del aprobado general en austeridad que el propio ministro acababa de firmar en la reunión con los consejeros autonómicos. Más aún cuando las dos comunidades más saneadas resultan ser de su mismo partido, como algunas de las más empufadas, cuyos actuales gobiernos populares, por más que se esfuerzan en meter a fondo la tijera, no han tenido tiempo de amortizar la enorme deuda heredada de etapas socialistas.

Por otro lado, el sistema cuasi federal que nos hemos dado funciona a base de discrecionalidad pura y dura. Nada de criterios objetivos. El Gobierno de Madrid, sea del color que sea, nunca premia a los que mejor gestionan, a quienes no gastan más de lo que tienen. A la hora de repartir los recursos no sólo importa la afinidad política, sino sobre todo el peso electoral absoluto o relativo de cada comunidad (vamos, que se cultivan los graneros de voto), como también suelen sacar tajada los territorios gobernados por fuerzas nacionalistas a cambio de que esos partidos presten apoyos parlamentarios cuando se precisan.

Lo que al señor ministro de Hacienda le faltó decir es lo que Feijóo viene recalcando con machacona insistencia. El premio que recibirá Galicia por ser la campeona de la austeridad es empezar a recuperarse antes que otras autonomías. Haber ajustado a tiempo sus gastos a sus ingresos le saldrá a cuenta, si, como cree el presidente, este país da síntomas de remontar la crisis a principios del 2013, cuando en el conjunto de España no haya aparecido ni el primer brote verde. Con un cuadro tan negro como el actual cuesta creerlo, pero don Alberto está convencido de que así será.

Además, con un presidente del Gobierno y una superministra de Fomento gallegos, la discriminación positiva está asegurada. Que se lo digan a los catalanes, a los vascos, a los castellanos o a los andaluces, que se quejan amargamente -y con toda la razón- de cómo los Presupuestos Generales del Estado de este año barren para Galicia. Lo que no sabemos es si barrerían con igual descaro en el caso de que esta comunidad no hubiera aplicado los severos recortes que los gallegos padecen desde que el PP de Feijóo reconquistó San Caetano. Sabiendo que Madrid nos iba a tratar tan bien, podíamos haber seguido permitiéndonos ciertos excesos. O no privarnos de algunos de los pequeños lujos de los que, por cierto, llevábamos poco tiempo disfrutando. Desde luego mucho menos que otros, que aún se atreven a seguir negándonos el pan y la sal.