Referí hace días la romería que vivimos mi amigo Manuel y yo -ya aclaré que entre los dos sumamos 126 años- a la Virgen Inmaculada que preside el altar de la iglesia neogótica de Santa María de Oza. La primera alegría se la llevó Manuel cuando redescubrió entrando a la izquierda la pila bautismal en que le cristianaron, y recordó diversos acontecimientos familiares vividos en ese templo. Bien empezamos. Además no había nadie en el templo y pensé que podríamos rezar a gusto. También la Virgen tuvo que quedarse contenta con nuestra sencilla oración, rezábamos el rosario metiendo intenciones concretas en cada decena. Peticiones por activa y por pasiva. Así es fácil que salten propósitos de mejora personal, decisiones de abandonar hábitos indebidos para vivir cara a Dios. No omitimos las letanías que son una ristra de alabanzas formidables a Santa María. Tan metidos estábamos que al final descubrí que una señora estaba en un banco atrás, y al salir me disculpé por el rezo a viva voz, pero me replicó que había sentido gozo al ver a dos caballeros -así dijo ella- rezando a la Virgen en su mes de mayo. Vamos, que también le dimos una alegría.