En estos meses de vagabundeo, querida Laila, son tus correos y los de los amigos los que me transmiten el estado de desánimo general por el que el país atraviesa. Sigo lo medios y me voy enterando, pero esa sensación de deprimente desesperanza, de no ver salida ni horizonte, donde casi todo el humor es negro, yo creo que la transmitís más vosotros. Esto pensaba hasta que leí un lúcido e inquietante artículo de Javier Pérez Royo, Estado de excepción parlamentario, que me alarmó. El profesor Pérez Royo siempre se ha caracterizado por su rigor, su equilibrio y ponderación cuando analiza, describe o explica. Por ello las afirmaciones y razones del ilustre jurista creo que explican muy bien este estado de depresión general que se vive, no solo por los efectos económicos de la crisis, que también, sino sobre todo por sus secuelas políticas, que afectan directamente a la alarmante merma de posibilidades colectivas de enfrentarse democráticamente a esa crisis y a sus causas y efectos. Esto priva de horizontes y mata la esperanza.

Pérez Royo explica que, desde la llegada de Rajoy a la Moncloa, el deterioro de las instituciones democráticas es sustantivo. Y que es especialmente alarmante el vaciado del propio Parlamento que llega a abdicar de potestades tan cardinales como la de control efectivo del Gobierno y, lo que es peor, de su propia facultad legislativa, al convertir la excepción del procedimiento del decreto ley en regla de esta legislatura.

Algo similar pasó con Aznar en cuanto alcanzó mayoría absoluta. Es como si la derecha española, por fas o por nefas, siempre tienda a descafeinar la democracia misma y aproveche cualquier circunstancia crítica para hincar el diente a las instituciones. Esto, querida, no sucede igual en las democracias maduras europeas, donde la derecha no tiene ninguna duda democrática y es muy sensible al funcionamiento normalizado de las instituciones del sistema. Recuerdo que en los ochenta tuve una temporada en la que se me dio por leer biografías y memorias y di con las de Winston Churchill. Me llamó la atención cómo el premier británico, en plena crisis de la guerra, donde incluso tenía especiales poderes y facultades como primer ministro, su gran preocupación, en medio de los bombardeos de Londres, era preservar el funcionamiento e incluso la integridad física del Parlamento, justamente como valor diferenciador frente a las dictaduras. No quiere esto decir que en España no haya genuinos demócratas en la derecha y, de hecho, han jugado un papel primordial en los primeros tiempos de la transición. Pero a toda esta gente, alguna de gran relevancia y cultura democrática, se la ha llevado el remolino que arrastró al centro político, ubicado en su mayoría en la extinta UCD. A partir de aquí, los sectores más tradicionales de la derecha española, heredera, por una parte, de las viejas doctrinas conservadoras del convulso siglo XIX y, por otra, del mismo Movimiento Nacional, se hicieron con la hegemonía del gran partido de la derecha, que por eso pudo absorber a los sectores más extremos y reaccionarios. El resultado fue una derecha española con gran anorexia democrática que, a la primera de cambio, se le ve el plumero.

Si a esto añadimos la profunda desorientación de la izquierda mayoritaria española, que simplemente no sabe qué hacer ni qué pensar, esta crisis puede desembocar en un grave quebranto moral de la sociedad, generándose un extenso campo de cultivo para falsas salidas populistas.

En España la izquierda tiene que regenerarse, cierto, pero la derecha ha de refundarse, so pena de quiebra democrática y ruina de las libertades cívicas. No lo dudes, querida, esta sería la peor quiebra.

Un beso

Andrés