La euforia de Pachi gusta cada vez menos a muchos de sus compañeros de partido, en especial a los sectores críticos -que hay más de uno- con la actual dirección del PSOE gallego. También algún colaborador cercano le está pidiendo a estas horas que sea algo más comedido a la hora de lanzar alegremente propuestas electorales o retar a sus oponentes a debates televisados. Le sugieren que se lo tome con calma, que reserve fuerzas e ideas para la fase final de la campaña, que es cuando hay que echar el resto para ganarse la voluntad de la ciudadanía que aún no tiene claro qué hará el 21-O, esos pocos miles de electores, sin militancia ni afinidad definida, que por experiencia se sabe que en última instancia son los que inclinan la balanza hacia uno u otro lado.

Desde el mismo día que se conoció el anticipo electoral que abortaba las primarias y con ello se confirmaba su candidatura a la Xunta, Manuel Vázquez vive como en una nube. Desborda optimismo y trata de contagiar su entusiasmo al aparato del partido, convencido como está de que Feijóo tiene irremediablemente perdida la mayoría absoluta por el descontento que generan en sus propios votantes las medidas anticrisis del Gobierno Rajoy y el cabreo que va a producir el simple atisbo de los durísimos recortes que conllevará el irremediable rescate europeo que todo el mundo da por hecho.

Las encuestas le traen sin cuidado. Sabe que las hay para todos los gustos y tampoco ignora que saldrán a la luz sondeos precocinados que han de servir para movilizar a las bases conservadoras que a día de hoy no saben o no contestan. Pachi se ve ya en San Caetano. No tiene la menor duda de que los nacionalistas, tanto los del Bloque como los escindidos, están por la labor de desalojar al PP del gobierno autonómico y que eso sirva de aviso a los navegantes de la derecha madrileña. Lo del gobierno de coalición es harina de otro costal.

En la sala de mandos del Pesedegá de la calle de O Pino manejan distintos escenarios. Uno sería la reedición del bipartito o un gobierno a tres. Otro, una solución a lo Vigo, esto es, que el Bloque, Anova, Compromiso y hasta Esquerda Unida vayan a las urnas juntos o separados, apoyen la investidura de Vázquez, pero sin aceptar cargos ni responsabilidades en el ejecutivo. Tendríamos en ese caso una Xunta monocolor, socialista y en minoría, aunque con garantías de sacar adelante, vía acuerdos puntuales, los presupuestos y las principales iniciativas de política económica y social. Abel Caballero, a pesar de su exacerbado personalismo y contra todo pronóstico, está siendo capaz de gestionar el Ayuntamiento vigués en una tesitura de ese tenor.

Con su larga experiencia en pactos y componendas, Manuel Vázquez es todo menos un ingenuo. No se llama a engaño. Tiene claro que el Bloque de Guillerme y Jorquera no es el de Anxo Quintana. No comulgará con ruedas de molino con tal de pisar moqueta. Su objetivo no es gobernar en el sentido de ocupar parcelas de poder, sino ser decisivo para sacar adelante sus fórmulas alternativas a las políticas neoliberales imperantes, de las que considera corresponsable al PSOE. Por eso, veremos en los próximos días a los socialistas gallegos con planteamientos netamente de izquierda y galleguistas, intentando distanciarse a la vez del zapaterismo y del touriñismo. En alguien de natural moderado, como Pachi, que procede del CDS de Suárez, semejante radicalismo no le pega ni con cola. En el fondo no resulta creíble ni para los incondicionales.