El prometido crecimiento no llega, en su lugar François Hollande anuncia recortes por valor de 30.000 millones de euros, y encima se divulga la noticia de que Bernard Arnault ha solicitado la nacionalidad belga, en base a que tiene domicilio en Bruselas y firmes lazos e intereses en el país. Y aunque el dueño de Louis Vuitton, Moët & Chandon y Parfums Christian Dior ha insistido en que mantendrá su residencia fiscal en Francia, la noticia ha estallado en pleno debate sobre la conveniencia de llevar hasta el 75% la presión fiscal sobre las rentas anuales superiores al millón de euros. La tesis de que tal medida provocaría un éxodo de grandes capitales se vería así confirmada por la decisión de Arnault, quien no tiene ningún inconveniente en provocar tal impresión. Al fin y al cabo, el rey del lujo es considerado como muy próximo a Nicolas Sarkozy y recibió con un nada disimulado desagrado la llegada al poder del socialista Hollande. Un desagrado que sin duda comparten muchos clientes de sus tiendas más exclusivas. Hay que tener un cierto nivel de renta para convertirse en habitual de las tiendas de Louis Vuitton, y cabe imaginar el tipo de comentarios sobre novedades fiscales que se oyen en el gran establecimiento de los Campos Elíseos. Pero el imperio Arnault también incluye productos dirigidos al gran público, como los que se encuentran en la cadena de perfumerías Sephora, y aunque Dom Perignon no es un champaña para todos los bolsillos, Moët & Chandon es una marca al alcance de las clases medias. ¿Cómo van a recibir estos contribuyentes la noticia de la deserción fiscal de Arnaut? Y además, ¿tendrían sus marcas el mismo encanto mundial sin la pátina de lo francés? Sin embargo, hace tiempo que la primera fortuna francesa (y de la Unión Europea) tiene sus huevos distribuidos en una gran diversidad de cestas, que incluyen las por tantos motivos paradisíacas islas Bahamas. El dinero no tiene patria, y pocas cosas son más difíciles que perseguir fiscalmente a las fortunas realmente grandes, que por el mero hecho de serlo tienen el poder y los recursos suficientes para esquivar las legislaciones y moverse de un lado a otro del mundo sin dejar rastro. Esta es la crítica principal que se lanza a los impuestos especiales sobre las mayores rentas: que pueden incitar a sus tenedores a maniobras de evasión imposibles de controlar y de detener, lo que al cabo perjudica al conjunto de la economía, necesitada de capitales para invertir. Pero cuando las clases medias y bajas padecen recorte tras recorte, la reclamación de "¡que paguen los ricos!" es más o menos inevitable. Hollande deberá encontrar la manera de no provocar ninguna estampida sin por ello desdecirse de sus promesas. Puede pedir consejo en España, Italia o Grecia, donde las declaraciones del impuesto sobre la renta están llenas de millonarios con retenciones a devolver.