Más allá de lo que pueda ocurrir en las elecciones catalanas (la mayoría de encuestas coinciden en las tendencias generales: ascenso soberanista -CiU, ERC e ICV-, estancamiento al alza constitucionalista -PP y Cs- y caída de los federalistas del PSC), la incógnita a despejar comienza el 26 de noviembre: ¿hasta qué punto va en serio Artur Mas con su apuesta por el Estado propio?

La tesis más extendida entre las élites político-empresariales es la de que, pasado el fragor electoral, habrá movimientos para reestablecer el diálogo Rajoy-Mas, con el fin de ofrecer a este acuerdos tangibles que le sirvan para no romper la baraja (financiación cercana al pacto fiscal, compromiso por el corredor mediterráneo, permisividad con las selecciones catalanas y acuerdo para "diferenciar" a las autonomías históricas respecto de las que no lo son). Desde el lado más independentista, además, creen que Mas no resistirá las presiones para buscar un acuerdo intermedio y desistir de aventuras independentistas.

Ocurre, sin embargo, que desde el entorno próximo y desde el más alejado (solo hay que ver qué dicen, en privado y en público, Alicia Sánchez Camacho o Albert Rivera) aseguran que no hay vuelta atrás, que Mas va en serio y que la independencia presidirá la legislatura catalana, para ocultar cualquier aspecto negativo de su gestión. En todo caso, solo hay que fijarse en las apelaciones de Mas en todos los foros a los que acude: cree que se ha producido un cambio de fondo en una parte sustancial de la población catalana (jóvenes y, sobre todo, clases medias), en el que piensa apoyarse para seguir adelante. A los empresarios (sobre todo, a los grandes), les ha dicho que no molesten, si no le apoyan: al revés de la CiU/lobby catalán, dirigida por Miquel Roca o Durán i Lleida. Ese es el cambio, que dentro y fuera, muchos se resisten a creer.