La buena noticia es que James Bond se suma a los recortes generalizados. La peor noticia es que hemos tenido que soportar dos horas de decorados de arte povera y de damiselas heroin chic para contribuir a la austeridad del héroe, pagando además el precio inflado de las entradas de cine. Skyfall, ciertamente, como si el cielo se derrumbara sobre nuestras cabezas. No asistimos a una película de Bond como una prolongación del telediario, sino para desengancharnos de la realidad circundante con un cóctel de lujo, champán, asesinatos legales y mujeres tan lascivas como inalcanzables, amén de la perversidad obligatoria del género. Ian Fleming creó al personaje para contribuir al hedonismo, por si los actuales guionistas no se han leído las novelas originales. Pues bien, Daniel Craig supera el talante atrabiliario de Torrente, pero con menos desodorante, y hay más erotismo en la escena olímpica rodada por 007 con Isabel II de Inglaterra que en las dos horas de Skyfall. Ni una sola rubia, adónde vamos a parar. Y un hatajo de villanos a quienes uno no contrataría ni para matarlos. En este Bond digno de Ingmar Bergman, el papel de Bardem consiste en repetir su interpretación de No es país para viejos, si bien confieso un parti pris en su contra. Como compensación, el hamletiano Craig queda eclipsado en cuanto aparece el actor español.

Bond, lo llaman James Bond, pero ¿dónde están las chicas? La actriz que polariza la película es Judi Dench, sin duda tan atractiva como la propia reina de Inglaterra, aunque no tan buena intérprete como Isabel II. Y la cuestión empeora con los personajes sin carne ni hueso. Una persecución estelar en el metro de Londres, una mansión extraída de El orfanato, el MI6 se traslada a las cloacas y el malo surge de los huecos de ascensores. En la peor publicidad de Omega imaginable, la cámara se detiene en el reloj de pulsera cuando 007 está maniobrando una grúa excavadora. Tal vez la marca suiza desea ampliar su target de compradores. Una gran escena inicial y nada más. Hasta Dench se aburre mortalmente mientras nos ofrece el único momento de diversión con la aparición y la desaparición de su maletín durante la entrevista con Ralph Fiennes sin fitness. Tenían que entregarle el ídolo del pueblo a un director culto como Sam Mendes, un niño que destroza los juguetes que caen en sus manos. Guiños a Hannibal Lecter y a La dama de Shanghai... quién los necesita.

Por primera vez en la filmografía del personaje no hemos envidiado a Bond, James Bond.