Prácticamente en dos semanas se celebrará el debate sobre el estado de la nación. Sobre el estado deplorable de la nación, diría yo. En plena crisis económica, tras un año de incumplimiento total del programa de gobierno, con los datos del mayor deterioro económico en décadas, con un número de parados insostenible, con la población angustiada e indignada por el estado de las cosas y por las cosas del Estado, con el mayor estallido de corrupción que se ha vivido en la democracia y con el desprestigio nunca visto de las instituciones, de los partidos y de la política misma. En buena lógica política esta debiera ser la hora del Parlamento, donde los representantes elegidos por la ciudadanía se implicaran decididamente en un debate serio y adoptaran resoluciones políticas cardinales y de fondo que obligaran al Ejecutivo a tomar decisiones, a adoptar medidas y a emprender reformas de calado. La hora del Parlamento para ventilar la crisis económica y social y la tremenda crisis política que llegó cabalgando a lomos de la corrupción. La hora del Parlamento para que los ciudadanos se vieran y sintieran aceptablemente representados. La hora del Parlamento para, por los menos, salvar los muebles de la democracia y poder esperar en un plazo razonablemente corto reformas profundas del sistema que son ya una demanda social explícita. Así debiera ser para el bien general. Sin embargo ni en la opinión pública ni en la publicada este debate está despertando el mínimo interés y, desde luego, una mínima esperanza. La razón es que ya nos sabemos el guión y hemos comprobado hasta la saciedad que en estos debates casi todo queda en papel mojado.

Podríamos celebrar la hora del Parlamento si sucediese alguna de estas dos cosas: que los partidos abordasen el debate de verdad eximiendo al mismo tiempo a sus diputados de la disciplina de voto, o que un notable número de diputados se rebelasen y conjurasen para estar dispuestos a romper esa disciplina haciendo valer el mandato constitucional de que "los miembros de las Cortes no estarán ligados por mandato imperativo".

Si esto no sucede no pasará nada, que es lo peor que puede pasar, y se malogrará otra vez la hora del Parlamento.