Después de Ratzinger, nada será igual en el trono de San Pedro. La decisión de un hombre de 85 años cansado, quizá enfermo, y un Papa acuciado por escándalos, un mundo cambiante y al parecer solo frente a la curia, deja tocada una de las colinas de Roma. El cónclave que debe elegir sucesor el mes próximo va a tener que dar respuesta a muchos interrogantes: ¿Ha dejado de ser un deber para el Pontífice morir en la cruz como sostenía Juan Pablo II? ¿Conviene un pastor más joven? ¿Europeo, americano, asiático, africano, negro tal vez? ¿Debe conducir a su grey de acuerdo con los nuevos tiempos?

Visto con perspectiva, Benedicto venía dejando pistas. En 2010, en La Luz del Mundo, un libro-entrevista escrito por el periodista alemán Peter Seewald, deslizó: "Si el Papa claramente se da cuenta de que él ya no es físicamente, psicológicamente y espiritualmente capaz de manejar los deberes de su cargo, entonces tiene el derecho y, bajo ciertas circunstancias, la obligación, de renunciar". El debate venía de atrás pero Juan Pablo II lo había zanjado al predicar -con la palabra y el ejemplo- aquello de que "solo si Cristo se hubiera bajado de la cruz, yo tendría derecho a renunciar". También afirmó en una ocasión que no podía imaginarse a un papa jubilado. No podía saber que lo tenía a su lado. El teólogo alemán vivió muy de cerca la agonía pública de Karol Wojtyla. Posiblemente en aquel momento ya pensó que no quería pasar por lo mismo. "El esteta Ratzinger no podía soportar la idea de que un pontífice enfermo y poco saludable pudiera encarnar la belleza de Cristo", dicen los que conocen su carácter.

Él mismo sufrió en sus propias carnes las reticencias a los descensos de la cruz cuando su mentor no le aceptó la dimisión al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe que presentó al cumplir los 75, si bien este cargo no era vitalicio. Hay incluso un antecedente reciente que remarca las diferencias: el papa negro -como se conoce al superior general de la Compañía de Jesús- Peter-Hans Kolvenbach presentó su renuncia. Primero a Juan Pablo II, que no la aceptó (como tampoco al anterior, Pedro Arrupe), y luego a Benedicto, que sí lo hizo.

Al portavoz vaticano, Federico Lombardi, le preguntaron los periodistas qué pasará con los atributos del Papa a su retirada. Seguirá siendo Benedicto XVI, obispo emérito de Roma, seguramente también cardenal y vivirá en el Vaticano. Pero no conservará el don de la infalibilidad porque "está conectada con el ministerio petrino, que es un servicio especial a la Iglesia, no a la persona que ha renunciado al papado".

Pero el heredero número 265 de Pedro se anticipó en el momento en que se mostró de forma consciente y voluntaria ante el mundo para reconocer su falta de fuerzas. Porque evidenciaba que, en adelante, cualquier Papa puede fallar a su misión, puede no poder continuarla y puede no desempeñarla de por vida. ¿Eso es bueno o malo para la iglesia? La prensa germana -país de origen de Joseph- se ha mostrado dividida. Para el Basler Zeitung, "el hecho de que el Papa renuncie simplemente, lo mismo que el director de una gran empresa, hace que la Iglesia sea más común". Para el Aargauer Zeitung, sin embargo, con su renuncia, "el Papa se convierte en la mayor fuente de esperanza para la Iglesia, que está en constante cambio, incluso cuando ya no se considera posible. Benedicto XVI libera a la Iglesia del fardo del absolutismo. El Papa, designado durante siglos como infalible, se convierte en algo humano. Y eso es algo bueno". Los sectores conservadores están muy preocupados, temen que se generalicen las presiones a los pontífices. El periodista italiano Marco Politi, autor del recién publicado y casi profético Benedicto XVI y la crisis de un Pontificado, sostiene que "los tiempos modernos no permiten que exista un Papa enfermo". En eso coincide con el protagonista, que dijo que el trono exige "vigor, tanto del cuerpo como del espíritu".

El debate de la finitud está servido. El teólogo disidente suizo Hans Küng ya le ha puesto cifra al límite de edad: ha pedido que los futuros papas abandonen su cargo cuando cumplan los 75 años de edad. El cardenal conservador alemán Joachim Meisner también opinó que es justo poner un tope. Fue Pablo VI quien tomó medidas para rejuvenecer la estructura del gobierno eclesiástico: los obispos pasaron a jubilarse a los 75 y los cardenales con 80 ya no pueden participar en el voto del cónclave. Hay quien hace extensivo el ejemplo a otras instituciones vitalicias. En Estados Unidos, los jueces de la Corte Suprema; en la vieja Europa, las monarquías. Más estando reciente el caso de Holanda. La reina Beatriz, que ha dado paso a su hijo, vendría a aproximarse a Ratzinger e Isabel II -que también es cabeza de la iglesia anglicana- se alinearía con las tesis de Juan Pablo II. El rey de España, hoy por hoy, ha descartado la abdicación.

En realidad, vitalicio nunca fue sinónimo de irrenunciable. La dimisión o abdicación de un Papa está prevista. Aparece recogida en el Código de Derecho Canónico de 1983. El canon 332, parte segunda, reza: "En el caso de que el Papa renuncie a su cargo, para su validez se exigirá que la renuncia sea libre, que se difunda ampliamente, pero no que sea aceptada por alguien". Se trata de un breve párrafo sin desarrollar, como prueba el hecho de que la Santa Sede esté improvisando sobre la marcha el estatus del futuro emérito.

No es necesario especificar los motivos -cosa que sí ha hecho Benedicto- y es automática, no requiere del visto bueno de nada ni de nadie (el Papa no tiene superior en la tierra). La única condición es que sea voluntaria. Sin embargo, era algo inédito en la práctica. Hay que remotarse seis siglos, a Celestino V, en plena Edad Media.

Pero la retirada de Benedicto podría tener consecuencias mucho mayores. Y no sólo teológicas, también políticas. No hay que olvidar que el Papa es un jefe de estado, diminuto, pero estado pleno. Y que, en pleno siglo XXI, concentra todo el poder en una sola persona e incluso mantiene unidos los tres poderes legislativo, ejecutivo y judicial.

El Papa de Roma no fue siempre todopoderoso. Hasta León I (440-461) el jefe religioso y político era el emperador de Roma, el original Sumo Pontífice. León tomó prestado el título y las formas. Incluso la estética. Los sucesivos pontífices siguieron su senda y de ahí la clara inspiración de los ropajes y símbolos que han llegado hasta nuestros días. La concentración de poder fue in crescendo, desde Inocencio III, que se proclamó vicario de Cristo, hasta que Pío IX fue investido con la infalibilidad docrinal (Vaticano I, Constitución Dogmática Pastor Aeternus).

¿Cambiará esta "teocracia absolutista y autoritaria" (en palabras del brasileño Leonardo Boff, exponente de la Teología de la Liberación)? ¿Será Benedicto, pese a haber sido elegido en 2005, el "último Papa del siglo XX"? Resulta llamativo que este Pontífice, que encarnaba la continuidad, haya dejado lista para abordar la reforma más profunda de la historia moderna del Vaticano sólo en su último gesto.

Por supuesto, es más que probable que los verdaderos motivos de la renuncia sean otros: Vatileaks, pederastia, unas finanzas bajo sospecha o temas candentes por resolver como la postura ante la homosexualidad... La revista italiana Panorama apuntó como detonante un informe que alertaba de una "fuerte resistencia de la curia" a las políticas de su "líder". Lombardi se limitó a señalar que hay diferencias, no complots. Pero el propio papa entonó el "yo acuso" hablando de divisiones.

Los retos a los se enfrenta la iglesia son profundos. Como apuntan los analistas, más que el perfil del nuevo Papa, lo que está en juego es un virtual aggiornamento, una reformulación de la Iglesia de Roma. Pero está por ver cómo responden los purpurados: abriendo de par en par las ventanas del Vaticano o cerrándolas a cal y canto.