Me malicio de que la abdicación del Rey está a la vuelta de la esquina. Se va a contar mejor en meses que en años el tiempo que a don Juan Carlos le queda en la jefatura del Estado y, de no ser así, los años serán muy pocos. No se está logrando preservar al Rey de las vicisitudes adversas que la Corona soporta en los últimos tiempos y el desgaste producido está afectando ya a la monarquía como tal. Además de un deterioro físico evidente y progresivo, crece el menoscabo de la imagen pública del monarca y de su propia casa, con la correspondiente erosión política de la institución. Los intentos de restaurar la imagen pública y política de don Juan Carlos están fracasando, tanto por la dificultad objetiva que hay para conseguirlo, como por los errores que en ello se han cometido. Baste recordar, como ejemplo, la frustrante entrevista a que se le sometió con motivo de su setenta y cinco cumpleaños. No es un síntoma menor de la proximidad de una abdicación el notable hecho de que, a día de hoy, el único preservado del incendio del desprestigio sea, precisamente, don Felipe, al que se le nota un claro afán de apartarse y aislarse de la que está cayendo sobre su casa. Coincide además con todo esto un desgaste general de la política, de los partidos y de las instituciones, amén de una profunda crisis económica, que pone en primer plano la necesidad y creciente demanda de una profunda regeneración institucional y política que tiende a afectar al sistema mismo y, eventualmente, al propio régimen, lo que podría situar en el punto de mira de los cambios requeridos a la propia "forma política del Estado español". Todo esto está colocando a la eventual abdicación como una parte de la salida más moderada y menos traumática, susceptible de constituir un punto de encuentro entre los maximalistas y minimalistas, a la hora de concretar una regeneración, que alcanzara también a la cúpula del Estado, dándole al cambio una imagen de profundidad que contentaría a muchos, receptivos como don Fabrizio, a la paradoja de Tancredi.

Lo peor de todo es que la abdicación no dejará de ser un decepcionante gatopardismo para que "los leones, leopardos y ovejas se sigan considerando la sal de la tierra".