Con el nihil obstat (suponemos) de Paloma Gómez Borrero, la cual es al Vaticano algo así como Jaime Peñafiel a La Zarzuela, Su Santidad Benedicto XVI se subió a un blanco helicóptero de la Aeronáutica Italiana rumbo a Castel Gandolfo, donde a las veinte horas del 28 de febrero dio por finalizado su Pontificado. La estancia en la residencia veraniega papal será de un par de meses hasta que, finalizadas las obras de adecuación, torne a Roma para recogerse en el convento de clausura Mater Ecclesiae y dedicarse a la oración y al estudio, con el único solaz de la música de Beethoven, Mozart y otros grandes maestros germanos, es decir alemanes y austríacos.

Desde que el papa Ratzinger anunció su renuncia no hay una habitación en Roma. El despliegue informativo, y su audiencia, batirá todos los récords y la hostelería de la Ciudad Eterna llenará a rebosar el cajón hasta que se produzca la fumata bianca y el primero de los cardenales diáconos pronuncie, tras el "¡Habemus Papam!", el nombre del elegido.

El Pontífice, el Vaticano, la Iglesia Católica, constituyen la joya de la corona de Italia aunque esta sea una república y, muy especialmente de su capital. Es igual que el presidente de la República sea o no católico, que gobierne (es un decir) la izquierda o la derecha, o que cada día medre el laicismo, sea como sea los italianos nunca matarán a la gallina de los huevos de oro. Si al Papa le da la ventolera de instalarse por ejemplo en Aviñón y trasladar allí todo el aparato vaticano, el alcalde de Roma se pega un tiro. Como decían los indianos "acá no es como allá", y así un sector de los mallorquines quieren deshacerse de la presencia veraniega de la familia real, y como sigan así lo van a conseguir, que al fin y al cabo siempre ha sido mas elegante el veranear en el Norte. Hagan bien los números en Mallorca, aunque puede que no pierdan demasiado. Perderán la jet-set y la temporada tendrá menos glamour, pero hasta es posible que se compense con un aumento del número de bárbaros saltabalcones en Magalluf o El Arenal. Los relojes los harán los suizos pero en Italia el más tonto es relojero, y la Iglesia para ellos es una mina de oro.