Cuando España era una sociedad de satisfechos, José Luis Sampedro ya se había indignado y se declaraba antisistema. No antisistema democrático, sino antisistema mercantilista y contra el reduccionismo economicista, "donde las cosas se estiman y computan según su precio y no según su valor, lo que lleva a desinteresarse de los sentimientos y afectos, de los deberes y hasta de los derechos humanos no cotizados. El sistema donde el dinero es la medida de todas las cosas". Para José Luis Sampedro la dimensión económica, por muy indispensable que sea como "sostén instrumental" no es, ni por asomo, lo mas valioso para el ser humano. Este pensamiento, profundamente humanista y lúcido, convirtió al pensador en protoindignado.

Hoy España es ya una sociedad de indignados y son muy escasos y cada vez menos los satisfechos que, para mantener su estatus o su ensoñación, han de contaminarse de mercantilismo salvaje o han de vivir en las cloacas de la corrupción, o las dos cosas. Porque indignados no son solo los que luchan, aún ilusionados o desesperados y desesperanzados, en las calles y en las plazas, sino la masa creciente de hombres y, sobre todo, de mujeres que, maniatados, soportan en silencio indignado la desposesión, el miedo, la marginalidad y la pobreza. Para todos estos José Luis Sampedro se ha convertido en referente intelectual, en sintetizador de su pensamiento y de sus sentimientos y en portavoz. Y esto ha sucedido, sencillamente, porque nuestro economista tuvo la lucidez de rechazar "la economía como ciencia suprema del vivir" y se indignó antes, cuando la propaganda, avasalladora y asfixiante, nos hacía sentir artificialmente satisfechos.

La muerte, siempre prematura, de José Luis Sampedro es una lástima. Menos mal que queda su trabajo hecho y que, en los tiempos que corren, es un bien escaso, a saber: el trabajo bien hecho del intelectual que cumple su papel, sobre todo cuando las genuinas referencias políticas, seriamente democráticas y humanistas, son tan pocas, tan débiles y tan dispersas.

Echaremos de menos la profundidad, la agudeza y el humor de este trabajador de las ideas, los sentimientos y las palabras, que se nos ha ido. Ojalá cunda su ejemplo.