"Hay golpes en la vida, tan fuertes. ¡Yo no sé!" (César Vallejo).

Qué inquietante aquella fugaz visión que tuve de la luna pocas horas después de la tragedia ferroviaria en las inmediaciones de Santiago de Compostela! Aprisionada entre pedazos deshilachados de una nube negra, emergía como un trozo de yema rota que aún no se había hundido en el fondo de los nubarrones. Nube negra, como humo maloliente, como chamusquina. Horas después, salió de su mazmorra y se dejaba ver casi al completo, pero apenas tenía brillo. Estaba exangüe. Cielo asturiano, vecino del gallego. Las nieblas y las nubes raramente desaparecen en la noche. Cielo de un verano marcado por la tragedia y por el paso siguiente a la corrupción: la impunidad.

Larga, interminable noche. Las redes sociales ardían. Crespones, muestras de condolencia, ayes, suspiros. Frases hechas, críticas más desveladas que veladas a los distintos poderes. Angustia. Un país en crisis, casi esquilmado, que va de estafa en estafa, más allá de los dramatismos, expresaba, real y virtualmente, dolor y solidaridad.

Desde el despacho donde escribo, leía mensajes que fluían sin cesar. De vez en cuando, buscaba la luna. Algo me decía que la imagen del pedazo de yema rota volvería a emerger. Yema rota salpicada de goterones negros de aquellas nubes, como aceite quemado yapestoso, que saltaba hiriente y quemante. Y, mientras tanto, por mucho que los mensajes y las consignas se repitiesen, casi todo el mundo se ocupaba de lo importante, más allá de lo melodramático, más allá de la insensibilidad audiovisual que venimos sufriendo desde hace tanto tiempo. Un país que, con todas sus limitaciones y conformismos, está muy por encima de sus teóricos representantes políticos. Un país que sabe dolerse y condolerse.

La luna, con el aspecto antes descrito, se vistió de luto. Noche doliente y trágica, convertida también en un velatorio virtual. Noche temerosa del día después, del despertar de los datos, del enfrentamiento con la realidad, mirando a la muerte al lorquiano modo, cara a cara.

Día después en el que las legañas fueron arrancadas con dolor. Día después en el que sucedió lo inevitable que fue el morboso regodeo en las imágenes por parte de algunos medios. Pero, aun así, la inmensa mayoría estuvo a la altura de las circunstancias: traspasada por el dolor, escéptica ante informaciones no confirmadas oficialmente y centrada en la tragedia humana.

Cronicón de un horror. De esos golpes tan duros de la vida que versificó como nadie César Vallejo. La fiesta convertida en funeral. El último viaje para muchos; para otros, será una pesadilla que siempre los acompañe.

Caluroso mes de julio que se despide trágicamente. Calurosa noche la de la luna rota, con mi balcón abierto que invitaba al fresco y al rumor del río que el viento despierta y alborota.

Tras la tragedia, vendrá la pantomima. Pero esta última se irá como vino, mientras que la primera será indeleble.

Luna, yema rota, temblorosa y temerosa, salida de un cascarón de nubarrones.