Son más las dudas que las certezas, muchas más. La ONU no está segura de que quien gaseó a cientos o a miles de civiles hasta matarlos, hubiera sido el régimen de al-Assad, el Gobierno de Siria, tan infame como otros grupos que lo combaten, habiéndose sumado a la refriega con sospechoso sentido de la oportunidad.

La ONU no está segura, no sólo porque en otras ocasiones, otros contendientes hubieran sido responsables de esa misma atrocidad, pero sobre todo, porque ha trascendido que las víctimas eran moradoras de un barrio partidario y no hostil; de un barrio que, por eso, el Gobierno controlaba.

La ONU no está segura y, para alcanzar la convicción de la que carece todavía, necesita contrastar pruebas; necesita, en definitiva, un tiempo que Obama, sin asomo de duda alguna y con la certeza -pétrea, incontestable- que le abastece su servicio de inteligencia, no parece dispuesto a considerar. Antes bien, todo apunta a que el resuelto presidente norteamericano, acaudillando a Occidente, ha decidido ya una inminente operación de guerra en Siria.

Tras él, en apretada formación, va Europa, cuyos valores ético-morales, solemnemente proclamados, huelen ya a traición y a mierda bajo esta marea incontenible de intereses fecales, cuya malsana humedad fue carcomiendo la justicia y la esperanza.

Más aún entre nosotros. Aquí donde, atascados todos los desagües todavía es regalo el verano; aquí donde, desavisados a todo, andamos sin embargo de nuevo muy atentos al fútbol, que de la inmoralidad renace y renace incesante, o entretenidos, muy sandiamente, con los bloques de hormigón que el pícaro Picardo arroja, por juego, a las profundidades del Estrecho; aquí donde, a despecho de las sangres y las lágrimas, no se oye una campana arrebatada que llame -hogaño no es antaño- a movilizarse contra ninguna guerra.

Sea como fuere, él, el primer negro que preside los EEUU, no ha cerrado Guantánamo -esa vieja ignominia- y, como Bush en Iraq, con la coartada fútil de las armas químicas, ha ultimado un plan militar para intervenir en Siria. Con la ONU -que no está segura- o sin ella.

Es probable que por un tiempo, lloremos unos con mansedumbre bovina las desapariciones bajo este ácido sin límites y que otros, muchos más, acaben viendo guerras tan caprichosas y estúpidas como una Champions. Pero cuando a los negros no se les ocurre otra cosa que a los blancos, hacia el degüello vamos todos. Los unos y los otros, que eran más.

Porque, si es cierto que los árboles renacen y podrían aún florecer tras el fuego y la noche, cuando la jauría corre veloz a sus cuarteles, ¿qué reparación habrá para las rosas muertas?