Por qué Francia, Turquía y EEUU fueron los primeros y más partidarios de una intervención en Siria? Pues porque son los que en principio más podrían ganar con ello. Cierto que Turquía es una potencia regional cuya influencia crece en la zona; cierto que EEUU había señalado una línea roja en la utilización de armas químicas y no cabe fanfarronear en las relaciones internacionales sin riesgo de perder autoridad. Y cierto que el presidente francés ha esgrimido desde el principio razones humanitarias para liderar el ataque. Pero con ser cierto todo ello, no basta para explicar lo que está sucediendo. La geopolítica, los condicionantes que a la política impone la geografía y los intereses en juego en tan abigarrada zona del mundo aportan también sin duda razones que han de sumarse a las humanitarias que se esgrimen. Porque si con su acción militar los países dispuestos a intervenir lograran finalmente debilitar aún más a un país que se desintegra, no sólo ganarían poder y prestigio internacional, control del Mediterráneo, o paso franco hacia el golfo pérsico, sino la eventual disminución de la amenaza de desestabilización en la zona que supone el régimen sirio, o su eventual desintegración.

El régimen alawita de Al Hassad y el partido Baath han logrado después de 40 años que el Estado esté a medio construir y un país precioso (Holms, Alepo, Palmira, Damasco) a medio derruir. Un Estado esencialmente desconfiado, armado y receloso, amenazado de desintegración que ha vivido siempre recluido en sí mismo, ayudado desde fuera por Rusia, China e Irán, entre otros, y rodeado de países con los que vive en mutua amenaza y desconfianza: Turquía, Israel, Jordania o el Líbano, la otrora suiza de Oriente Medio, donde la larga sombra de Siria ha estado siempre presente en el asesinato de sus presidentes. El castigo anunciado por el uso de armas quimicas -que las potencias afirman haber constatado indubitadamente- estaría dirigido a advertir al régimen, a las facciones más extremistas de los rebeldes, en su mayoría sunnitas, candidatas a ocupar su espacio, y a ocasionales terceros países tentados de utilizarlas.

Turquía es quien más tendría que ganar, en cuanto eliminación de la amenaza que para su frontera supondría el eventual derrocamiento o debilitamiento del régimen de Al-Hassad, protegida como está por los misiles de la OTAN.

Por su parte, la Francia presidencialista, la antigua potencia colonial y de donde no olvidemos partieron ya entre los siglos XI-XIII la mayor parte de las cruzadas, esa mezcla de campañas militares, peregrinaciones armadas y expansión colonial, tradicional potencia en Oriente Medio, tanto que los franceses lo llaman Próximo, ha estado en este caso a punto de quedarse sola. Pero resulta incuestionable que, de un tiempo a esta parte, Francia ha optado por una acción exterior decididamente intervencionista. Fue la primera en intervenir en Libia donde sólo más tarde acudieron los americanos, después en Costa de Marfil y finalmente en Mali, aunque en todos esos casos bajo el paraguas de Naciones Unidas. Ahora está dispuesta a ir por libre, aunque no en solitario. El presidente de la república ni siquiera precisa de la aprobación de la Asamblea Nacional.

Existen razones humanitarias que Obama y Hollande nos dicen irrefutables, localizadas y fechadas incluso el 21 de agosto pasado con la utilización del Gas Sarin por parte del régimen sirio contra su propia población -floruros que habrían sido vendidos por cierto por el Gobierno de Cameron-, no con esa finalidad por supuesto. Y está bien que haya dos potencias que adviertan contra crímenes de lesa humanidad, ya que Naciones Unidas sigue revelándose como un instrumento anticuado e inútil, dejando hoy aparte quienes son las potencias responsables de que eso sea así.

Pero la continuidad de la acción exterior americana en la zona -ya sin Bush y con Obama-, y el cambio en la acción exterior de Francia merecen consideración aparte, pues su dependencia energética no será el único motivo pero tampoco el menor para que las cosas se estén sucediendo como estamos viendo. La cuestión, ya se ve, es compleja. Occidente en crisis necesita defender sus valores y no puede permanecer impasible ante hechos semejantes, pero al tiempo sigue necesitando energía y para ello es importante remover los obstáculos que pueden poner en peligro sus fuentes, sus principios y sus valores. Pero una Siria en guerra civil usando armas químicas es un polvorín ardiendo sobre el que nadie sabe si la eventual intervención logrará apagar el incendio o, por el contrario, avivará aún más las llamas.