Y se quedan los de siempre, los que se empeñan en la gloria de un percebe arrancado a la roca, de un mejillón que fue mejilla en la piedra nacida de mar y viento; los que con su francada caminan sobre las aguas o con el espejo auscultan las olas para determinar si respiran adecuadamente; los que lanzan el rastro para peinar el fondo marino y extraer de él animales de coraza como el berberecho, la almeja, la zamburiña o la vieira. Los que hacen que la mar dibuje ondas romboidales de equis milímetros cada vez que se larga el aparejo; los que ponen los rulos al mismo mar fondeando en éste las nasas... Pero no hay Magos. En la mar no hay Reyes Magos. Y, menos todavía, en un año de temporal continuo, imparable, de borrasca que enlaza con la siguiente y convierte en día y noche de penuria lo que podrían haber sido jornadas de gloria por precio y paz.

Vienen los Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar, y toda su corte celestial, en un momento en el que los ánimos no están para bien recibirlos, con olas a la puerta de casa de más de siete metros de altura y vientos casi huracanados, lluvias sempiternas y ansias de sol que juega al escondite inglés como si tal cosa.

A los niños habrá que explicarles que este año los Reyes han venido con menos provisiones y que estas se han ido allí donde más falta hacen. Pero será una mentira piadosa, porque los que más tienen mejores Reyes habrán recibido. En casa del marinero, escamas de tiempos idos y salitre acumulada.

Que sí, que llegan los Magos; pero a las casas de los niños marineros vendrán escasos de equipaje porque para este largo viaje es mucha alforja la que arrastran.

Ya no valen las lanchas construidas a punta de navaja en la concha de una jibia. Las tablet actuales, aunque sean para niños, no permiten realidades porque lo suyo es la virtualidad.

Un rastro para el berberecho y la almeja, una nasa para el pulpo y un espejo para verlo en su escondrijo; un aparejo cualquiera... son más reales que las virtualidades que ofrecen las modernas tablet, pero no están de moda. Y aún así, habrá que llevar a los niños a la cabalgata que continúa siendo virtual y tiene la virtud de hacer jugar con la ilusión imperdible.

Ya vienen los Magos.

¡Ya!