Para La Coruña, julio, con sus ritos de agua es el mes veraniego por excelencia. Es cuando nuestro clima bonancible pone en juego sus poderosos estímulos. Es un mes que tiene un alcaloide especial creado en la factoría de la vida en la que, las gentes del mar, hacen punto y balance, para rendir culto a su patrona. Esta devoción marinera nos llegó de Nápoles, en el siglo XIX, impulsada desde Cádiz por los marinos de la Armada española. Desde el Finisterre bretón hasta doblar el Finisterre gallego, se suceden las procesiones marítimas y los tributos florales a las víctimas de los naufragios. En nuestro litoral, destaca la singladura de la virgen del Carmen, que navega desde Cariño, por los angostos pasos que la llevan hasta el cabo de Ortegal. En la Costa de la Muerte, el Atlántico durante julio ofrece su inmensidad sin referencias, mientras las Sisargas parecen marchar a la deriva. La mar se nos aparece allí más diáfana, pero no altera la mirada reservada de los marineros desde tierra. El Atlántico, para los gallegos, es un mar que invita a vivir, razón por la cual Galicia emociona siempre aunque, en ocasiones, su emoción se vierte en lágrimas. La Coruña es una ciudad que no puede entenderse sin la mar, con la que tiene íntimas confidencias. La mar es la cultura y la libertad que, aquí en Marineda, son un conocimiento adquirido.

Otrosidigo

El elogio es uno de los capítulos más difíciles del periodismo. Cualquier adjetivo a destiempo lo puede acercar a la cursilería. En un diario provinciano gallego, un funcionario al ocuparse de las "infantitas" Leonor y Sofía (sic), subraya lo problemático que resulta en el mundo actual que "salgan formales y educadas como las princesas de antes" y añade, con referencia a su presencia en la proclamación de Felipe VI, "su naturalidad era un remanso de frescura, brote de inocencia, suspiro de elegancia". El resumen, su autor lo resume así: "Son dos tiernos capullos, flores de alelí, a las que la historia y el destino reservan un futuro para escribir". Amado Nervo recomendaba la desnudez del sustantivo. Otros clásicos advirtieron del peligro que suponen los obsecuentes y aduladores, aunque este no sea el caso.