Bajo la presidencia del compostelano errante, afincado prácticamente durante todo el año en la Moncloa -excepto en periodos vacacionales, en que suele residir en la zona de Sanxenxo-Rías Baixas- en los distintos territorios que conforman el Estado español nada se ha vuelto a saber de la crisis. Ha desaparecido. Se ha esfumado. Se nombran nuevos ministros: Alfonso Alonso sustituye, en Sanidad, a Ana Mato (aquella señora a la que se le aparecían -milagrosamente- los Jaguar en el garaje de su casa) y Rafael Catalá que reemplaza, en Justicia, a Alberto Ruiz-Gallardón (famoso por su proyecto de ley del aborto y las tasas judiciales, entre otras impopulares medidas). Decimos que con Rajoy se acabaron las crisis, porque en cualquier otro gobierno, los ceses y nuevos nombramientos serían un motivo más que suficiente para que la oposición mordiese en la yugular, se echara encima y pusiese a caldo, de berzas y nabos, al Ejecutivo. Pero como quiera que somos una panda de pasotas, nos quedamos muy a gusto con el tema catalán, la problemática vasca y el resurgimiento del galleguismo histórico, echando en saco roto aquello por donde habría que haber empezado: la reforma del texto constitucional, cuestión imposible mientras los ultra conservadores tengan la mayoría suficiente para vetar cualquier intento de modificación. De una vez por todas habrá que decir que el PP, la Iglesia y las facciones derechistas que se mueven al amparo de ambas harán lo posible, hasta lo imposible, para que nada cambie y todo siga igual. Se aprovechan del estoicismo de los ciudadanos, de un gran desconocimiento de lo que es y significa políticamente terminar liquidando el Estado de las Autonomías, hoy fuera de contexto y configurando una España diversa, pluricultural y lingüista, productiva, con fuerza económica e industrial y no la del "café con leche" igual para todos que es una de las consecuencias que padecemos en todo el escenario español. Ello se debe a que Rajoy prefirió doblegarse, besar los pies a Angela Merkel y servir de alfombra a los nibelungos, aceptando una deuda inasumible en vez de un rescate que, en definitiva, encubiertamente, es lo que estamos padeciendo. ¿Acaso hay quien dude que a España le concedieron un crédito financiero -cerrado- de 42.000 millones de euros, destinados, en su mayoría, a levantar la banca? ¿Y es o no un rescate? La verdad es que parte de culpa es del pueblo y la otra de formaciones políticas que, unas se agarran como garrapatas al poder y otras esperan en la puerta de los Leones tirándose piedras y todos viendo cómo surgen movimientos asamblearios que nunca brotarían simplemente aplicando la teoría del voto en blanco, tan bien expuesta por Saramago (escritor portugués, premio Nobel de literatura) en su novela Ensayo sobre la lucidez, que un día contaremos.