La sociedad argentina, defraudada hace añares por la clase política, mira con esperanza la llegada a la presidencia de la Nación de Mauricio Macri, personalidad ajena a las que, hasta la fecha, han sido las fuerzas imperantes que gobernaron el país hermano, de espalda a un pueblo agobiado por la crisis y el fracaso. Macri tiene ante sí, entre otros grandes retos los siguientes: recomponer sus relaciones con Europa y EEUU y aislar al chavismo del Mercosur, restaurar la seguridad jurídica y ciudadana, ídem la credibilidad de datos oficiales sobre el estado de la Nación, la libertad de prensa, no interferir en la Justicia, establecer un cambio único frente al dólar (existen 11 diferentes), abolir la corrupción y desbloquear la economía. La tarea requiere cirugía inmediata y el mandato no da para mucho en el tiempo. Macri, ingeniero civil, hasta hace poco intendente de Buenos Aires, pertenece a una familia de relevantes empresarios, casi siempre presentes en los grandes lobbies e incardinados en la vida social porteña. Le corresponde la obligación de desterrar de la política el populismo peronista, consustancial con la farándula y el vértigo, incrustado por un líder, Perón, que supo manejar la facilidad de los argentinos para escamotearse a sí mismos. Kirchner y su esposa, Cristina Fernández, hasta ahora presidenta, no hicieron otra cosa en 12 años, que volver al peronismo de 1970: demagogia, corrupción e intervencionismo. Asombra que un país tan ilustrado, rinda culto a san Maradona. Parece abonar la tesis de que el fútbol, en tiempos de crisis, es una pasión necesaria y que, como en tantas otras vertientes, en el fútbol, los argentinos se manejan mejor con los pies que con la cabeza.

Otrosidigo

En su mandato, doña Cristina modificó a su antojo el imperio de la ley, practicó la hispanofobia y se movió entre lo cool y lo hortera. Estuvo siempre alejada de la sociedad porteña, prodiga en formalidades corteses y lenguaje agradable, ritual que suele impresionar, en su primer fogonazo al visitante.