Rivera actúa como un recién llegado a la política al pedir al PP que se abstenga para hacer presidente a Sánchez y, supongo, a él vicepresidente. Y lo mismo si pide la abstención del PSOE para hacer presidente a Rajoy y, supongo, a él vicepresidente, eso sí, con un documento distinto porque a Rivera parece darle igual un presidente que otro y un proyecto de gobierno que otro. Pero no debiera darle igual porque los nombres importan y los programas también, sobre todo cuando llevan tanto tiempo duramente enfrentados. O es que todavía no sabe Rivera que mientras Rajoy ofreció desde el principio un gobierno coaligado de tres, Sánchez no quiere ver a Rajoy ni en pintura.

Dirigiéndose el viernes a su militancia pedía Sánchez a un tiempo el Sí para su pacto reformista y el No para Rajoy con casi mayor rotundidad que la empleada desde el 20-D y desde que alcanzó la secretaría general del PSOE. ¿Cómo no van a ser importantes los nombres y los sillones en política? Importantes no, son decisivos, determinantes en la acción de gobierno, aquí, en Estados Unidos, en Gran Bretaña y en la China. Claro que en política como en la cultura, la economía, la guerra o la historia universal los actores colectivos, las clases, las etnias, las naciones, las religiones o los partidos son los protagonistas de las grandes transformaciones pero ignorar en ellas el papel decisivo de los líderes es quedarse a medio camino de una explicación rigurosa de los acontecimientos. Y en concreto en la explicación de la acción de un gobierno a lo largo de una legislatura. Por eso es ingenuo, dicho suavemente, que Rivera se empeñe en que Rajoy deje el paso libre a un gobierno presidido por Sánchez. Máxime apoyando un documento que pone patas arriba la acción de gobierno de Rajoy y firmando un acuerdo que se resume en un objetivo, echar a Rajoy a los leones y embarcar al PP con sus siete millones y pico de votantes en la nave de los apestados. Rivera debería de imitar a Sánchez en lo de la consulta a sus votantes además de a sus pocos y recientes militantes. Una consulta que, por cierto, Sánchez podría extender preguntando a sus militantes qué les parecería un acuerdo con Podemos. El extenso y prolijo documento que firmaron Sánchez y Rivera tiene una gran parte de imposibles, los muchos que pasan por una reforma constitucional rápida o lenta si el PP no está por la labor. Entre ellos la supresión de las Diputaciones, que también exige reforma como dijo hace treinta años el TC. Todos esos objetivos se han caído antes de arrancar. De sus objetivos económicos he leído a economistas no proclives a Rajoy que no pasaría el examen de Bruselas, no reduce el paro y aumenta el gasto público, y sobre los que buscan la limpieza de la vida política no es ilógico pensar que aflorarían los desacuerdos y los incumplimientos a la hora de concretarlos y aplicarlos. Lo mismo que ocurre con objetivos del tipo de aprobar otro Estatuto de los Trabajadores o despolitizar la justicia. Eso sin olvidar que el acuerdo lo firman dos partidos no nacionalistas, centralistas incluso, y que, en consecuencia, la acusación de invadir competencias autonómicas en que incurre el documento estará al caer tan pronto como los partidos nacionalistas le den, lápiz rojo en mano, un ligero repaso. Sería un documento interesante para discutir los asuntos que recoge, más que para aceptar las pocas soluciones que propone, pero lo importante, de verdad, es que de nada sirve porque le falta una herramienta indispensable, el gobierno que lo haga realidad. Un gobierno que lo haría realidad de modo distinto según lo presida Rajoy o Sánchez, aunque en ambos casos con Rivera de vice para garantizar la calidad de nuestra democracia, sin él, caída en desgracia.