Siete meses ya con un gobierno en funciones sí, pero gobernando, es decir, dirigiendo la política interior y exterior, la Administración civil y militar y la defensa del Estado. Ejerciendo la función ejecutiva y la potestad reglamentaria de conformidad con la Constitución y las leyes como reza el artículo 97 CE. Eso es lo que están haciendo los ministros en la gestión diaria de sus departamentos y el presidente coordinando y presidiendo su labor. Y además afrontando los asuntos más complejos que se presentan cuando menos se les espera. El último de importancia el golpe de Estado en Turquía socio de la OTAN a la que pertenece España y el penúltimo unas horas antes, el nuevo y tremendo mazazo de Niza, otro asunto que nos afecta y que requiere coordinación con la UE y, en consecuencia, actuación urgente y comprometida del gobierno. Antes fueron las importantes gestiones en Bruselas para tratar de evitar la sanción económica de la UE por incumplir el déficit a causa de una bajada de impuestos aconsejada para animar el consumo interno y promover el empleo, dos obligaciones del gobierno de cualquier país. Y antes el Brexit, y en medio la visita del presidente norteamericano. En funciones sí, pero gobernando lo ordinario y lo extraordinario porque lo de en funciones no detiene la realidad. Y el presidente en funciones sí, pero funcionando desde el 27-J, día siguiente a las elecciones, cuando tuvo que viajar con urgencia a Bruselas para conformar la posición de la UE ante la salida inesperada del Reino Unido mientras Sánchez iniciaba una quincena de descanso en Mojácar, Rivera nos exhortaba a ser justos y benéficos e Iglesias, clavadito a Adolfo Marsillach en el Tartufo de Moliére de finales de los setenta, se mostraba humilde y bondadoso esperando la llamada de Pedro para un gobierno de la izquierda.

Siete meses desde el 20-D Rajoy, con más votos y más escaños pero en funciones, se ve obligado a gobernar lo ordinario y lo extraordinario y, además, a buscar apoyos para la investidura y, lo que es mucho más difícil, para gobernar cuatro años en una coyuntura a todas luces delicada por la crisis, la inseguridad internacional, la inestabilidad de la UE y cómo no, por la insistente y errática deriva catalana. Y ambas tareas está llevando a cabo, gobernar y buscar apoyos. Ha ofrecido la gran coalición, revisión consensuada de sus políticas y acogida de iniciativas de la oposición. Ha obtenido en respuesta actitudes infantiles de Sánchez y Rivera. El primero le exige que seduzca a C´s y el segundo que seduzca a los socialistas. Estos le dicen que se lo curre y Rivera que un día lo veta y al siguiente que no, que rechazará la investidura en primera vuelta y se abstendrá en la segunda. Sánchez que a lo mejor hace lo mismo o a lo peor nada de eso y que se está pensando lo de consultar a sus bases y lo de llamar a Iglesias. Y su comité federal mareando la perdiz mientras el partido se les deshace como en Galicia, qué pérdida la marcha de Méndez Romeu uno de los pocos dirigentes capacitados para reconstruir el partido, o volviendo a sacar los pies del plato como en Cataluña o como en Baleares donde la presidenta, la socialista Armengol, que gobierna con Mes, Podemos, rabiosamente nacionalista y catalanista, pide que Sánchez gobierne con Iglesias. Jaleados por sus portavoces mediáticos en prensa, radio y televisión que no cesan de proporcionarles frases más o menos ingeniosas y argumentos de pasmosa simpleza, Sánchez y Rivera parecen dos estudiantes de la tuna preparando un bromazo al rector de la universidad el día de fin de curso. ¡Vaya par de dos!