"Camilo sólo vive para ser Cela, sólo le importa Cela, siempre está en Cela, y hace bien, sólo así se llega adonde él".

Francisco Umbral

Ochenta años no es nada, sobre todo si más de cuarenta se han perdido en la dictadura. Cuando saltan los titulares, por estas fechas, pidiendo condenas del golpe del 36 en ayuntamientos, autonomías?y los grupos de siempre se hacen los remolones, es para cabrearse, sí; pero a veces llegas a la conclusión, posiblemente errada, de que es cuestión de tiempo, de que otra generación venidera estudiará historia, no habrá que reivindicar la memoria.

Quienes no visteis el golpe ni la dureza de la posguerra, sí tenéis grabado, por ejemplo, el recuerdo de las horas de comer, "ya no quiero más judías o más lentejas o más verdura"? la respuesta automática y diaria siempre era la misma, "tenías que haber pasado la guerra, la época del hambre, el racionamiento? no dejes nada en el plato". Tú, un macaco de seis o siete años, tardarías en entender de qué hablaban y qué significaban aquellos sermones de los primeros 60. Sí sabías qué era una guerra por alguna película en el cine del barrio o algún tebeo que caía en tus manos; pero ni idea aún de cuál había sido la suya, de si la habían perdido o la habían ganado. Tiempo después comprendiste que ellos tampoco lo sabían, que lo primero que había neutralizado el golpe era la información, que ellos tampoco la tenían. El periodismo quedó al servicio de la propaganda de guerra.

Después de la primera etapa de propaganda dura; ya acercándose a los 70 observabas que en casa entraba algún libro de Álvaro de Laiglesia o algún premio Planeta, que se dejaba correr la especie de la guerra entre hermanos, que todos fueron culpables, que había que cerrar heridas; las novelas de Gironella fueron ampliamente difundidas lavándole la cara va la dictadura.

Apareció Cela con un único objetivo en la vida: ser Camilo José Cela. La cita de Umbral que encabeza se le atribuye a Rosario Conde, esposa del Nobel. Él tenía que tocar el tema, pero su visión del mundo es estética.

No cree en la seriedad de las pasiones humanas ni en la gravedad de los asuntos ni siquiera cuando habla con equilibrios inquietantes del golpe de estado del que no habla. ¿Cómo un autor así iba a poder salir alguna vez de sí mismo? Cela tenía que ser Cela.

Un autor amargado de una sesgada historia de España centrada en Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid, ambientada en la semana previa al golpe narrada con un monólogo reflexivo sobre la supuesta demencia colectiva que lo precedió.

En 1969, treinta años después de la contienda, Cela abre la caja de Pandora, los fantasmas del recuerdo; desde su pedestal interroga y protesta, con esa suerte de trastorno bipolar que se suele usar para calmar conciencias. Solo le interesaba que le entendiesen los de arriba.