No ha sido un golpe de estado contra la democracia lo ocurrido en USA, aunque leyendo algunas cosas lo parece. De momento ha habido un candidato republicano que se ha esmerado en una campaña gamberra, de mensajes primarios, de ataques nunca escuchados a políticos profesionales y de promesas tronantes cuyo cumplimiento está por ver. No merece la pena entrar en detalles porque son conocidos de sobra. No sé si es la primera vez que en USA gana un republicano con posiciones tan extremistas hasta para su propio partido, ahí queda la fuerte e inusual oposición que hasta última hora le han planteado republicanos importantes viendo como descendían sus opciones en las encuestas según el candidato se mostraba más bruto y temiendo perder no sólo las presidenciales sino las del Congreso, pero si sé que, una vez alcanzada la presidencia, el partido será una piña apoyando a Trump. Ahora toca esperar a ver cómo el sistema atempera en forma y fondo a este populista inmensamente rico, empresario inmobiliario y hotelero como su padre, personaje exhibicionista muy conocido en el mundo de la comunicación y envidiado por el gran público. Sus mensajes brutos no desmienten su inteligencia pero afirman su ajenidad respecto a las exigencias y complejidades de la política real, la que a partir de ahora va a tener que desplegar sí o sí, salvo que quiera tropezar con el sistema que es una roca infinitamente más dura que cualquier individuo y que tiene cantidad de resortes para domesticar al más pintado, por las buenas o con otros modos. Sin perjuicio de sus políticas conservadoras, que se mantendrán con el apoyo de los suyos que son muchos y poderosos, el presidente de los USA no lo puede todo. Se lo impide la fortaleza del sistema y sus instituciones, la política y la economía internacional y los sesenta millones de norteamericanos que no apostaron por él. Y quizás los más de cien millones que, aún registrados, no fueron a votar porque confían en el sistema y saben que esto de la alternancia es lo que tiene. Que casi por sorpresa llega alguien con toneladas de demagogia dispuesto a poner los muebles del revés y lo mismo declara una guerra que inicia una caza de brujas. Pero el país sigue como lo viene haciendo desde hace doscientos cincuenta años. Sólo quienes tan pronto maldicen a los Estados Unidos como lo idealizan sin motivo en ambos casos están convencidos de que desde el martes pasado está la democracia más amenazada que antes de ese día. Acaso sucede que no entienden la democracia como lo que realmente es, el sistema menos malo conocido para que la gente, un hombre un voto, cambie gobiernos y seleccione a los que nos gobiernan. Ocurre que esta vez la gente, sí la gente, ha apoyado al candidato del mensaje primario, del insulto y de la amenaza.

No es fácil que algo parecido, un candidato así quiero decir, pueda tener éxito en la Europa de hoy. No lo facilitan el pluripartidismo y nuestros sistemas electorales. Y, por supuesto, el recuerdo vivo de las tremendas experiencias antidemocráticas que triunfaron en el siglo XX y que en Estados Unidos nunca tuvieron el apoyo de la gente. Cosa distinta es que a derecha e izquierda haya dirigentes en Europa que hablan como si la moderación y el realismo fuesen enfermedades de la democracia que hay que extirpar cuando, justamente, son sus presupuestos imprescindibles.