Si hay algo que marca la finalización de la Navidad, al menos por estos pagos, es la celebración del Día de Reyes. Y es que, una vez que los Magos nos visitan, las luces de las calles se apagan, los villancicos enmudecen y se da por cumplido el programa navideño del año. Habrá que esperar a la Navidad que viene para volver a revivirlo o no, cada uno desde su particular punto de vista, en un contexto de pluralidad tan diáfano como beatífico. Y, mientras tanto, queda un período de doce meses recién estrenado, con sus propósitos y sus retos, que trataremos de vivir lo mejor posible...

Precisamente de vivir y de no vivir -por el horror y la barbarie- tratan estas letras que hoy comparto con ustedes. Líneas que ven la luz, precisamente, cuando se cumple -hoy mismo- el segundo aniversario de la terrible matanza en Charlie Hebdo, la revista satírica parisina que conoció en carne propia lo peor que es capaz de hacer el ser humano, desde la intolerancia y el nulo respeto a la vida ajena. Un acontecimiento execrable y luctuoso que marcó una escalada de violencia en diferentes ciudades y países de la que están ustedes ya al tanto.

Un conjunto de exaltaciones del horror: Charlie Hebdo, la masacre en Bataclan, la matanza en aquel supermercado judío, el asesinato de dos policías también en París, los ataques en el metro y el aeropuerto de Bruselas, el ataque a la discoteca Pulse de Orlando, la nueva matanza en el Paseo Marítimo de Niza, otra oleada de asesinatos en el mercadillo navideño de Berlín, y atentados frecuentes en Turquía, Iraq o en Siria, donde la población civil es castigada y exterminada sistemáticamente sin que apenas cause revuelo aquí... Un suma y sigue absolutamente inconcebible para cualquier persona con un resquicio de humanidad, e inaceptable desde cualquier punto de vista que trate de incorporar elementos de racionalidad al análisis. Al tiempo, una panoplia de demostraciones de odio absolutamente incompatibles con cualquier idea de trascendencia, en el sentido de ser merecedoras del respeto de cualquier otro ser humano o de ser compatibles con las líneas maestras esgrimidas por cualquiera de las espiritualidades vigentes hoy sobre la faz de La Tierra. En este artículo, sencillo pero claro, quiero poner únicamente bajo el foco la idea de que toda esta demostración de odio es precisamente eso, sólo odio, auspiciado, fomentado o incluso jaleado por determinados sectores que sacan partido de todo esto, bien sea desde el punto de vista de la geoestrategia, de lo puramente económico o del refuerzo de su posición de poder, en cualquiera de sus modalidades. Un conjunto de personas desnortadas que son cautivadas por peregrinas ideas que satisfacen a espíritus frustrados en el seno de una sociedad competitiva y que deja a muchas personas atrás, por un lado, y aquellos a quienes conviene disfrazar todo esto de "guerra santa", sin pies ni cabeza, con el único propósito de medrar.

Horror, pues, absolutamente gratuito, pero que activa los resortes necesarios para que alguien gane con ello, en una macabra vuelta de tuerca de la realidad, que se está cobrando cientos de vidas humanas. O miles, si tenemos en cuenta también todos los muertos provocados por la huida masiva de la población de ciertos lugares donde el conflicto es más evidente y duro. Otra vez Siria, claro está.

Hoy es pues, el segundo aniversario del horror. No de su comienzo, que la cosa viene de mucho más atrás. Pero sí de una cierta puesta en escena cuya intensidad y ritmo no ha dejado de escalar enteros en la escala de la locura. Un reto global en el que, cuidando al máximo nuestros valores y todo lo que para nosotros es ya innegociable como elementos aprendidos de nuestra forma de vida basada en el respeto de las libertades individuales y colectivas, hemos de ser firmes para no cejar en el empeño de dejar a nuestros hijos una sociedad mucho mejor, en términos de equidad y tal respeto a los demás.

Que no nos confundan. Ni lucha religiosa, ni lucha social, ni lucha política, ni lucha económica. Todo este horror está al servicio de quien, ni inmolándose ni ametrallando a todo lo que se mueve, lo activa para sacar tajada. Y, desgraciadamente, el mundo -y, en particular, los cinturones deprimidos de las grandes urbes europeas- está lleno de personas que han perdido cualquier ilusión y amor por ellos mismos y por los demás, y que no dudan en cometer cualquier barbaridad ante promesas que son sólo humo. Humo interesado y al servicio de cuatro.

Ojalá 2017 nos traiga, en su zurrón, el fin de todo este horror que está polarizando, tensando y destrozando las relaciones entre personas de bien de todo o ningún credo.