Conversa Pedro Sánchez sobre la reforma federal con todos menos con el PP. Dice que, parado Rajoy, el PSOE presentará iniciativas condensadas en su Declaración de Granada de julio de 2013. Es un texto sobre la reforma federal breve, impreciso y muy rebajado, inspirado en otro, extenso, más concreto y audaz, propuesto por un grupo de reflexión convocado por el PSOE andaluz que contaba, entre otros, con el expresidente Chaves, Cámara, hoy diputado en Cortes, Balaguer, hoy magistrada del TC, los hermanos Pérez Royo y otros académicos muy próximos a la Junta de Andalucía. Hay que leer esa propuesta de noviembre de 2012 para saber que Sánchez habla de plurinacionalidad, nación de naciones o reforma federal, respaldado por una reflexión intelectual de altura y muy audaz. Tanto como inviable hoy, que es lo que sucede cuando, de espaldas a la realidad, se diseñan España y el Estado sobre una hoja en blanco, sin más exigencia que lograr el acuerdo con los colegas afines.

El fundamento de la propuesta aparece enseguida. La CE no contiene un modelo territorial que sí tienen la constitución alemana o norteamericana. Nuestro Estado de las autonomías, ni siquiera mencionado en la CE, se ha ido construyendo mediante pactos y con el aval de la ingente jurisprudencia del TC y ha funcionado hasta que la sentencias del TC sobre el plan Ibarreche y, sobre todo, el estatuto catalán frenaron en seco la construcción de ese modelo de Estado que ya ni es útil ni es positivo. Ahora, ante el crecimiento del independentismo en Cataluña y el del País Vasco ya sin la sombra de ETA, es el momento de la reforma que de paso al Estado federal. Ello, y esto es lo decisivo, "exige un pacto federal, un consentimiento expreso de cada nacionalidad o región a su posición en el Estado y a la de las demás, en el caso de que alguna o algunas nacionalidades pretendan ocupar una posición distinta a la de las demás". Es decir, que se hace a las actuales comunidades titulares del poder constituyente para constituir, para crear, la constitución territorial de España, la constitución federal. Es el derecho de autodeterminación del que hablaba el PSOE en los setenta y el derecho a decidir de los independentistas de todas partes y algunos compañeros de viaje. Esa es la clave, y así se explica que el PSOE hable de federalismo, plurinacionalidad, y nación de naciones, expresión que en 2010 repetía Felipe González y ahora Sánchez, diciendo con ello cada uno lo que a cada quien convenga. Eso, hasta los extremos de la reforma federal que diseña el grupo de académicos que incluye la del Senado, la del poder judicial, la de la financiación autonómica, la lingüística y cultural, la del fortalecimiento de las autonomías en las instituciones y organismos estatales, en las decisiones de Estado hacia dentro y hacia la UE y, en fin, la reforma de la distribución de competencias adelgazando, claro está, las estatales en beneficio de los integrantes del Estado federal. De este modo la reforma federal que Sánchez tiene en proyecto no es, en absoluto, una reforma pequeña sino una auténtica nueva constitución pactada por los nuevos titulares del poder constituyente, no el pueblo español sino las unidades territoriales que hoy son las comunidades autónomas.

Ese es el proyecto del que Sánchez habla con el resto de la izquierda y los independentistas. Ante ellos y a cambio de su apoyo, lo defenderá y garantizará en su versión extrema. Al resto de electores, incluidos muchos de los suyos, Sánchez les presenta la vaporosa Declaración de Granada con la gran bandera de España al fondo. ¡Y todavía hay quien duda del despiste monumental en que anda el PSOE!