Habráse visto! Nos descuidamos un poco y todo cambia. Llega la primavera, el calendario se acelera y aquí estamos, en plenas vacaciones escolares de Semana Santa, con la hora cambiada ya y rumbo al verano. Como les digo siempre, deberíamos ser más conscientes del inexorable discurrir del tiempo, de forma dramática en la visión más orteguiana de la palabra, en un único sentido. La única verdad absoluta, que nos dota a las personas de un carácter verdaderamente efímero. Porque el tiempo y su marcha lo articula y vertebra todo.

Y ya que hablamos de tiempo, variable física singular, sigamos por aquí. Porque hoy les propongo una reflexión que tiene que ver con la medida y, por ende, con lo científico, aunque trasladado al espacio mucho más prosaico del día a día. Hablo del uso de las cifras en el discurso político y social. Un ámbito donde, de forma interesada, se hace muchas veces un uso un tanto cuestionable de dichas realidades cuantitativas. Porque las cosas, aunque el papel lo aguante todo, no son siempre lo que parecen.

Miren. He oído o leído hasta la saciedad mensajes que insisten, por ejemplo, en que los sueldos en Galicia -pongamos por caso- son "los que más crecen después de la crisis en la Unión Europea". Es un ejemplo, para transmitir qué quiero decir. Cuando uno va a Eurostat, y compara el antes y el después de la cuestión remunerativa en las empresas, descubre que un sueldo en Centroeuropa está, en general, a años luz -por arriba- de lo que se paga en España. ¿Qué ocurre? Pues que un mínimo incremento, aplicado sobre un sueldo muy escasito, se torna en un importante aumento porcentual. Así, quien gana setecientos euros, a poco que le suban treinta y cinco, pasa a ganar setecientos treinta y cinco. No le han sacado de pobre, pero su sueldo ha subido nada más y nada menos que un cinco por ciento. Si, en otro contexto, un sueldo típico fuese de unos tres mil, tal cinco por ciento serían ciento cincuenta, como ya habrán visto. Si su subida es de ciento cinco, tres veces los treinta y cinco que se le sube al primero, el porcentaje sobre el global es considerablemente menor: un tres y medio por ciento. Si uno sabe hilar lo que escribe o dice, puede quedarse con que España es el país donde más suben los sueldos, sin contar que hay muchas personas que siguen ganando setecientos treinta y cinco euros, frente a los tres mil ciento cinco, ya actualizados, del segundo ejemplo.

Con esto he visto trampas conceptuales aplicadas en muchos frentes. Con respecto a las pensiones más bajas, por ejemplo, donde lo que se baraja -y esto es un debate fresquito, recién salido del horno- es si la suba se produce en una exigua horquilla que va del 0,25 al 3%, todo lo cual produce una diferencia de muy pocos euros. O lo que acontece en ámbitos similares y de mucha sensibilidad social, como el de la creación de empleo o sobre el número de determinados servicios o infraestructuras, con resultados mediáticos casi idénticos, al estar aplicando dichos porcentajes a una base ciertamente favorable.

Con todo, este es un artículo que no busca un posicionamiento concreto en estas cuitas, más allá de lo que impone el sentido común. En el caso de las pensiones -por ejemplo-, unos dirán que no hay dinero para más y otros apelarán a la imposibilidad de vivir con pagas que no resisten los gastos mínimos de la vida moderna. Sobre lo que quiero llamar la atención hoy es sobre el error -interesado, casi siempre- de elegir informar sobre porcentajes, cuando la situación absoluta de partida es manifiestamente insostenible. Si las cosas van mal en un país y su economía ha tocado fondo, por ejemplo, puedo hablar de un posterior repunte muy importante -sobre un vacío casi absoluto, a años luz de la media- en vez de referirme a los términos absolutos de creación de riqueza. Y, si el país nada en la abundancia pero su capacidad de mantenerse ahí es escasa, puedo aferrarme a la banda de opulencia en la que pivota, sin decir nada sobre tal situación sostenida -anticipo de un caos- de falta de avance. El papel, como decía antes, lo aguanta casi todo. Y si uno hace un análisis interesado, quizá con pocos escrúpulos, solo hace falta una sociedad ignorante o distraída para seguir congratulándonos todos en la más absurda y ficticia ensoñación de éxito. Por eso es conveniente saber abordar el discurso de las cifras, y detectar en él su verdad y, por supuesto, también su posverdad.

Les deseo que tengan buenos festivos y, si no hay novedad, volvemos a vernos el día 4. Cuídense y disfruten de estos días. Ya saben que no volverán...