Cumplido el ansiado sueño de afincar en la Moncloa, Pedro Sánchez se instaló en la sede presidencial, rodeado de un grupo de expertos en imagen, convencido de que le será de gran utilidad para su rutilante carrera política. Por lo observado, su elenco asesor se ha afanado en entreverar la comunicación con la imagen y estas, a su vez, con la cosmética. Sánchez se ha convertido en el habitante principal de un gobierno vistoso, carente de programa de acción que, hasta la fecha, solo ha registrado decisiones estridentes. Las imágenes personales del presidente, divulgadas oficialmente -helicóptero a Torrejón, en el avión presidencial, con su mascota en los jardines del palacio, sus manos, etc.- no son un remedo de presidentes americanos, sino el sueño del pibe. Los planos de sus manos, "indicativas de la determinación de su gobierno", reflejan la proclividad apologética de sus asesores. El balance de tan original puesta en escena no ha dado los resultados esperados, según la Secretaría de Comunicación. Muchas veces en la búsqueda del brillo personal, los políticos prefieren más el éxito publicitario que tener razón. Estas innovaciones interpretativas no son ajenas y en los momentos iniciales; ahora se ha de pasar de las musas al teatro. Se observa en la composición total del gobierno (cargos de segunda fila) una vez instaladas las tres ministras de Zapatero, Narbona en la presidencia del PSOE y Carmen Calvo en la presidencia gubernamental, el acarreo, especialmente en Fomento, de antiguos cargos de la época del zapaterismo. Se trata de abrochar la RTVE y la Agencia Efe, porque la "cocina" del CIS ha pasado a las manos del veterano sociólogo Tezanos. Es posible que la tendencia ascendente del PSOE tenga reflejo en las próximas encuestas. Pasados los efluvios iniciales, cumplido el sueño del pibe, se necesita racionalizar un programa político que, al fin de cuentas, es cuestión de cultura, y evitar que la política se sustente más en el poder de la imagen y en el marketing de la realidad.

Otrosidigo

Desde La Rioja, una de las provincias más atrasadas de la Argentina, llegó a la Casa Rosada Carlos Saúl Menem que, en sus arranques místicos, se creía la reencarnación del caudillo Facundo Quiroga. Fangio era leyenda y Maradona, "subido a los altares". Menem organizó un partido de fútbol para jugar con Diego Armando. "Soy presidente y jugué con Maradona, ¿qué más puedo pedir a Dios?". Pretendió hacer un combate con el boxeador Carlos Monzón, pero le fue prohibido; era el sueño del pibe. Al salir de una entrevista con Bush, le preguntaron su opinión: "Habla con John Wayne", dijo.