La intensificación del calor en estas postrimerías de agosto tras un julio de tiempo inestable y bastante lluvia, con temperaturas que la semana pasada sobrepasaron los 40 grados en algunas zonas de Galicia, vuelve a poner el foco en la amenaza del fuego.

En la retina de los gallegos permanecen aún las dantescas imágenes de la gigantesca pira en la que se convirtió la comunidad el pasado otoño. Y hay que recordar que los meteorólogos pronosticaron para este año un otoño largo y seco en Galicia.

Razones para extremar la prevención no faltan.

Los montes gallegos acumulan en este momento seis millones de árboles secos que elevan notablemente el riesgo de incendios forestales, convirtiéndolos en auténticos polvorines. La propia Consellería de Medio Rural reconoce que la excesiva abundancia de madera muerta, tanto en pie como a ras de suelo, es un inquietante indicador del estado de abandono y de la ausencia de gestión que afecta a buena parte de la masa forestal de la comunidad.

La situación se agrava con otros 32 millones de árboles más que se encuentran enfermos, 10 millones de ellos muy graves, debido a su afectación por plagas y el impacto de factores externos como el fuego, con lo que van camino también de sumarse a esa creciente parte del bosque gallego convertida en yesca para incendios.

Por si fuera poco, hay además 8 millones de trasmochos, pies cortados que quedan después de las talas, y que se sumarían a los millones de árboles secos, muertos o enfermos. Hasta el punto de que el Plan Forestal de la Xunta admite de manera lapidaria que ya no quedan bosques vírgenes en Galicia.

El principal problema radica en los pinares. Tres cuartas partes de la madera muerta que se hacina en los montes gallegos son pinos, casi 4 millones, seguidos de eucaliptos, cerca de 700.000 y carballos, más de medio millón.

La proliferación de madera seca y muerta no es el único gran riesgo que se cierne sobre los montes gallegos con el avance del calor.

La mitad de las 130.000 hectáreas de fincas situadas junto a zonas habitadas permanece aún sin limpiar por sus propietarios a estas alturas del verano. La Xunta calcula que 65.000 hectáreas de las franjas de seguridad de 50 metros entre los montes y las casas incumplen la ley y no están desbrozadas, con lo que suponen un evidente peligro para haciendas y vidas humanas en caso de incendio.

La Xunta acaba de firmar con la Federación Galega de Municipios un convenio por el cual la empresa pública Seaga limpiará estas fincas a 350 euros la hectárea, bien porque el propietario particular se adhiere o porque los concellos deciden acometer la tarea por su cuenta y pasar después la factura a los dueños de las fincas. Hay un plazo de un mes para sumarse al acuerdo, por lo que los desbroces no comenzarán hasta finales de septiembre.

Con lo que hay un mes de alto riesgo en esas zonas, cuya falta de limpieza fue precisamente una de las razones de los devastadores incendios del pasado otoño, que dejaron un rastro de muerte, devastación y caos en el sur de Galicia.

La ley obliga desde el año 2007 a acondicionar las parcelas en esta franja de seguridad entre los montes y las casas, pero lo cierto es que en los últimos años las autoridades autonómicas han ejercido un seguimiento excesivamente relajado de esta normativa, que tuvo como resultado que fuera de casi nulo cumplimiento. Hasta que los pavorosos fuegos del año pasado obligaron a la Administración gallega a cambiar la tónica. Pero, por lo que se ve, todavía sin la necesaria celeridad.

Tanto la acumulación de árboles muertos en los montes como el penoso estado de un enorme porcentaje de fincas que lindan con casas evidencian el abandono en el que está sumido el rural gallego, como el propio Plan Forestal de la Xunta reconoce.

Como suele advertirse después de cada tragedia, los incendios del verano se apagan en invierno. Los medios contraincendios deben complementarse con una política a largo plazo de desarrollo sostenible del medio rural que frene su abandono y ponga en valor el patrimonio forestal para los que viven en su entorno. Es una tarea inaplazable sin la cual toda estrategia contra el fuego quedará incompleta.