Esto de los alquileres cada vez está más crudo. No hace falta remontarse al feudalismo y sus siervos; se cuenta que al final del XIX y principio del XX, ni siquiera en el extrarradio del Madrid de entonces, el obrero mejor pagado podía encontrar solución habitacional -como se dice ahora-, una chabola en alquiler, la amenaza del desahucio era el pan de cada día. Incluso parece documentado que en esas fechas la Asociación de Propietarios afirma que "en los barrios de las afueras hay que cobrar con trabuco?" De suerte que el verdugo más famoso de esos tiempos, Ruiz Castellanos, se encargaba con medios poco sutiles de que los alquileres fuesen abonados, sí o sí.

Pero sin duda el cine español de final de los 50 y los 60 nos presenta ejemplos de humor negro que reflejan la cruda realidad. Repasemos, por ejemplo El pisito de Marco Ferreri y Rafael Azcona (1959) donde José Luis López Vázquez y Mary Carrillo representan a Rodolfo y Petrita, que llevan doce años buscando un piso y no hay forma de encontrarlo. A Rodolfo, realquilado en casa de doña Martina, una anciana a punto de morir, le sugieren la boda con su casera para heredar el alquiler. Ácida y realista crítica, llena de extremos, uno de nuestros clásicos.

También este problema es crucial en el argumento de El verdugo de Luis García Berlanga (1963). Un alegato contra la pena de muerte en la que también se tratan otros problemas de la época, como la diferencia de clases, la burocratización, la emigración, y sobre todo la vivienda. En ella vemos que el verdugo Amadeo (José Isbert) y su hija Carmen (Emma Penella) viven en un piso diminuto. Por otro lado, José Luis (Nino Manfredi), empleado de pompas fúnebres, vive en un entresuelo con abundante familia; José Luis y Carmen se conocen y se casan. Amadeo quiere una casa mejor, que le conceden por ser funcionario hasta que se jubile, por lo que convence a José Luis para que se haga verdugo y poder conservar el piso; se resiste horrorizado, es chantajeado por su mujer y su suegro y se resigna, dejando de lado miedos y convicciones, todo por la necesidad del empleo y una vivienda digna. La crisis y la especulación siguen de actualidad, eso sí, ahora parece que la solución son esos cubículos proyectados en Barcelona, a modo de nichos japoneses de 3 metros cuadrados con una escueta cama y un asomo de mesa plegable, los aseos habrá que buscarlos como en las corralas o en el camping. Pero, oigan, son una ganga, 200 euritos de nada al mes, sin derecho a ibuprofeno para el lumbago, porque entras y sales a gatas.

A fin de cuentas no es de extrañar, si ganas 500 euros un mes sí y otro no, no puedes aspirar a un habitáculo de dos metros de alto, con ducha y retrete. Y no te quejes que es lo querías, ya te podrás independizar y con un enchufe para el móvil ya vas sobrado de lujos.