Tengan ustedes un feliz sábado. Mediados de septiembre, a una semana para el cambio de estación al otoño, en un verano que ha dado mucho que hablar, que escribir y sobre el cuál reflexionar. Y es que les aseguro que me es difícil hoy elegir un tema para comentar con ustedes. Es que la actualidad, a veces por atrabiliaria y compleja, no da tregua...

Miren, hoy podríamos volver a tocar el tema de los másteres o maestrías, las tesis y todas estas tristes polémicas que dan al traste con el valor de la formación. Escribí una columna sobre ello ( Yo amo mi máster, 7 de abril de 2018 en este mismo periódico) cuando estalló el caso Cifuentes, y el tema sigue vigente y muy vivo. La credibilidad de la URJC está por los suelos, y esto es verdaderamente grave. Lo cierto es que algunos hemos puesto años, esfuerzo y dinero por realizar posgrados serios en distintos ámbitos, en un país en el que la formación sigue sin valorarse, supeditándola a los contubernios habituales entre amigos y conocidos. Y ahora, para más inri, parece que la frase de moda es "más vale no tener un máster"...

Pero miren, dejaré ese tema para más adelante, igual que hablaré en otro momento de qué está pasando en el Ayuntamiento de A Coruña, donde las varas de medir son diferentes según se mire para los unos o para los otros o los de más allá. Lo cierto es que determinadas prácticas que han acontecido en estos últimos meses en relación con un bienintencionado y a la vez -por lo menos- chapucero concurso para sacar adelante la compra de viviendas para quien lo necesita, son algo grave. Loable es la intención de poner en alquiler, a muy bajo precio, casas para personas que las necesitan. He hablado muchas veces sobre lo importante que sería crear un parque estatal de vivienda en alquiler, exactamente igual que lo hacen países de nuestro entorno con verdadero músculo en materia de política social. Pero ni lo puede hacer un Ayuntamiento -no tiene medios- ni puede realizarse esto de cualquier modo, o de forma irregular. Como les digo, ya lo trataremos más adelante.

Hoy prefiero dejar el resto de estas líneas para hablar de la tristeza que me ha producido el donde dije digo digo Diego que ha protagonizado estos días el Gobierno en relación con las malditas 400 bombas de precisión, guiadas por láser, que se venderán -ahora sí- a Arabia Saudí. ¿Qué ha pasado? Pues que ese país ha presionado con cancelar el contrato de cinco corbetas en curso. La presión sindical -¿quedan valores, más allá del interés propio?- ha podido con el enfoque de valores que manejaba el Gobierno para afrontar dicho parón y... se venderán las bombas y las corbetas. ¡Toma ya!

Miren, no todo vale. Se lo digo yo, que me he ido al paro en más de una ocasión por simple, pura y dura coherencia personal. Por decir, exactamente, lo que pienso, y por obrar en consecuencia. Y, en este caso, el riesgo de que dichas bombas sirvan para masacrar a personas civiles -también niños, sí, como los suyos- en Yemen, es enorme. Y no lo dicen cuatro seguidores de Lennon y su Imagine, sino Naciones Unidas. Arabia Saudí y la coalición que lidera han sido señalados con el dedo multilateral por el desastre en vidas humanas que suponen algunas de sus operaciones allí. También, por lo visto, con armas españolas.

Me hablarán del empleo, en ese eterno mantra bastante discutible, como si el empleo dependiese únicamente de esas cinco corbetas, lo que todos sabemos que no es verdad. Algún día algún valiente hablará de la viabilidad real de unos astilleros cuyos sobrecostes -cargados en contratos patrios- claman al cielo, y que se están manteniendo a golpe de cuatro barcos aquí y dos allá por la absoluta falta de ideas y de voluntad de una reindustrialización alternativa y eficaz. Pero ese es otro tema...

Y aún volviendo al empleo... ¿A cualquier precio? ¿Trabajaría usted como sicario, si sus hijos tuviesen hambre? ¿Vale todo? ¿Vale de verdad todo, todo, todo...? Saben que yo soy un enamorado del negocio y de la industria, saben que creo en el mercado siempre que se planteen reglas justas, y saben que para mí es básico tal defensa del empleo como forma más potente de trabajar contra la exclusión. Pero repito... ¿a cualquier precio? Incluso ignorando las recomendaciones de expertos y Naciones Unidas, y aduciendo únicamente el interés de una comarca. ¿Nos hemos bestializado tanto ya? ¿Nada importa?

Repito, no hablo desde la teoría. Es fácil que alguien muy instalado diga esto, sabiendo que no le va a importar en sus carnes un ERE o una rebaja drástica de la carga de trabajo, con consecuencias directas y claras. Pero no es mi caso, ¿saben? Yo me he planteado mi vida laboral con un dinamismo realmente inusitado en estas latitudes, y eso implica una eterna búsqueda, cada cierto tiempo, que hace que mi situación no se pueda tildar precisamente de acomodada. Confío en mí, entre otras cosas por una formación enorme y contrastada, con resultados muy satisfactorios. Pero, jajajaja, les contaba antes que esto en este país no importa absolutamente nada. Hay una Universidad que expide títulos de forma al menos sorprendente, y muchas más cosas... Conocí una vez en la Administración Pública a una señora que sugería que tenía titulaciones que excedían en dos o tres niveles a sus máximos estudios terminados, sin que pasase nada, y sé de más de un gerente -incluso en lo público- que a la mínima pregunta técnica esgrime un "no sabe, no contesta"...

No, insisto, yo no soy un tipo acomodado que dé lecciones de moralina apoltronado en su butaca. Soy un luchador de mi día a día que ve con muy malos ojos el resquebrajamiento moral de un grupo humano, de un país, donde un Gobierno, a poco que se le aprieten las clavijas, cambia un criterio moral y una petición multilateral por la más absoluta ceguera y sordera. ¿Respecto a qué? A los estallidos de bombas Made in Spain -ténganlo claro- en un territorio objeto de embargo. ¡Qué pena! Así nos va.