Todo coche eléctrico necesita un motor eléctrico y una batería -o varias- para almacenar la energía eléctrica que le moverá. Lo de los motores eléctricos, dicen, está chupado, en expresión castiza, porque hay una larga experiencia de vehículos a todo nivel así movidos, desde poderosas máquinas de tren hasta livianos cochecitos de juguete, los del Scalextric por ejemplo. Ahora el nudo gordiano para la generalización del automóvil eléctrico radica en las baterías y en su recarga. Y ahí están en lucha, mejor dicho una investigación sin tregua, ingenieros de todas las nacionalidades -americanos, alemanes, israelíes, chinos, indios, coreanos, etc.- por conseguir la batería idónea que pese menos que las actuales y que acumule electricidad para rodar al menos tantos kilómetros como ahora podemos realizar con un depósito lleno de combustible. Cada día nos llegan noticias de nuevos materiales usados y de kilometrajes antes impensados, en una competencia que califico de vigorosa porque además de esforzada, la batería que resulte ganadora proporcionará un nuevo vigor energético al transporte mundial. Ojalá se consiga pronto, aunque hay otras incógnitas concatenadas: ¿habrá suficiente producción de energía eléctrica para el suministro mundial que se avecina así como puntos abundantes para recargar las baterías, lo que vienen en llamar electrolineras, tantas como gasolineras hay ahora?