Quien desee saber qué son unas memorias, qué es la literatura autobiográfica, ha de seguir acudiendo al clásico francés Philippe Lejeune, autor de El pacto autobiográfico (1975) y encontrar el significado de la literatura de la intimidad. Allí nos cuenta que ese tipo de escritura analiza las distintas relaciones del yo, a separar los datos personales de los íntimos en la literatura, en las relaciones sociales y otros ámbitos de la vida.

Lejeune defiende que la ficción "siempre es mentira, mientras que la autobiografía tiene un pacto con la verdad; inventar es hermosear la autobiografía porque la memoria es falsa". En el terreno de las memorias es curioso acudir, por ejemplo, a la obra de Tierno Galván, Cabos sueltos, para comprobar cómo ese pacto autobiográfico no se cumple a rajatabla, la memoria es selectiva y las ficciones se cuelan por las rendijas. Desde el sectarismo simplón de Alfonso Guerra en Cuando el tiempo nos alcanza (2004), hasta la dulzura, la dureza y la sinceridad de José Caballero Bonald en La novela de la memoria y especialmente en La costumbre de vivir, hay un gran trecho. La escritura del yo es siempre un pacto para contar la propia vida, aunque sea una narración para el desahogo. Es verdad que son confesiones, soltar de golpe lo que te viene en gana y conservar lo escrito después de repensarlo y repasarlo. Recuerdo que Enrique Vila-Matas -Premio Herralde de Novela 2002 por El mal de Montano, una exploración sobre distintos diarios personales- tiene una anécdota curiosa, unos periodistas le preguntaron sobre qué idioma prefería para escribir, a lo que el escritor contestó: 'Mi madre me crió en catalán y me dijo que siempre tenía que decir la verdad, por eso escribo en español'.

Siempre es época de confesiones y deseo fervientemente leer muchas, aunque todavía ni existan ni cumplan el pacto autobiográfico ni se aproximen a la verdad.

Por ejemplo, ansío que se trasladen al papel las memorias del obispo de Astorga por mor de la nueva dignidad con la que le han distinguido sus superiores para investigar los errores, digo delitos, de los pederastas como el cura de La Bañeza -que incluso ha recibido un homenaje por su trayectoria- y los cientos y cientos de víctimas con testimonios que siguen saliendo a la luz. El obispo empieza bien su nuevo mandato recordando que el secreto de confesión, para los de su oficio, está por encima de las leyes penales, que si denuncia al delincuente, lo podrían poner en la calle. Todo un ejemplo de buenas y sinceras memorias, lástima de Villarejo.

Tampoco le haría ascos a las de Rodrigo Rato, al entrar en prisión también se ha confesado, de aquella manera, para disculparse por sus errores, no por sus delitos. Podría ser curioso que dedicase el tiempo de ocio que le queda por delante a escribir lo que sabe, sin omisiones personales ni blanqueantes interferencias de manufacturas ajenas.