Nueva ocasión, que pintan calva, para saludarles con interés y hasta con alegría. Y no me digan ustedes que el día es triste, negro o gris. Ustedes y yo sabemos que esto es pasajero y que, además, por encima de cualquier tipo de nubarrón siempre luce un sol maravilloso.

Saludados quedan entonces, y fíjense que para ello he utilizado un refrán bien bonito. Acuérdense de que los romanos representaban a la Diosa de la Ocasión o Diosa de la Oportunidad como una mujer de larga cabellera, pero con la misma un tanto asimétrica, con el pelo cubriéndole el rostro, mientras era calva por detrás. Una Diosa que, como las oportunidades que nos puedan surgir en la vida, han de agarrarse por los pelos cuando se presentan, sin dilación y reaccionando con rapidez. Porque, si no se hace así, entonces la Diosa -y la oportunidad- pasará, de forma que será imposible asirla por detrás. Y es que determinados trenes pasan solamente una vez... Por eso, sí, lo reitero. La ocasión la pintan también calva para poder saludarles con agrado y afecto, lo que hago con ilusión.

Romanos, diosas, trenes y oportunidades aparte, hoy quiero hablarles de un tema que poco tiene que ver con todo ello, pero que me preocupa porque ya saben que soy de los que piensan que el ejemplo es la mejor forma de sentar cátedra. Y como también conocen que soy una persona preocupada por el tráfico, sus excesos y las terribles consecuencias que a veces tienen estos, ahí vamos...

El caso es que hoy fui testigo de dos pequeños hechos consecutivos que, sin mayor consecuencia, creo que dañan. Miren, el primero fue a las siete de la mañana, en el túnel de Campolongo. Circulaba yo a los noventa kilómetros por hora reglamentarios en tal infraestructura cuando, de repente, me adelantó una saeta verde oliva. Era un todoterreno de la Guardia Civil de Tráfico. Iría a unos ciento diez o ciento veinte kilómetros por hora, al menos, sin tener accionados los dispositivos propios para un servicio de emergencia, tal y como está recogido en el Reglamento General de Tráfico.

Bueno, uno se queda preocupado, porque es de los que entienden, como digo, que las instituciones tienen que ser las primeras en dar ejemplo. Quizá los agentes pudieran dirigirse a un servicio urgente y que alguien pudiera estar esperándoles como agua de mayo... Pero, si es así, creo que lo mejor es que respeten las reglas que ellos mismos obligan a guardar con celo, como garantes de nuestra seguridad. Y eso pasa por utilizar los destellos, la sirena o ambos, o guardar los límites de velocidad.

Pero todo hubiese quedado en una anécdota si escasos cinco minutos más tarde, en el siguiente túnel sentido A Coruña, pasado Miño, otro todoterreno verde oliva, del mismo cuerpo de seguridad, no hubiese protagonizado idéntica escena. Yo a mis noventa kilómetros por hora, siendo de los poquitos que lo cumple y, de repente, otra saeta a unos ciento veinte kilómetros por hora como mínimo. ¿Qué cara se le queda a uno, si esto sucede otra vez en tan poco tiempo? Y no es la primera vez...

Recuerden además que, en general, los límites de velocidad están relacionados con el control de la contaminación y el ruido, por una parte, y con la seguridad, por otra. Y en todo ello un uniformado fuera de servicio urgente, aún en un vehículo oficial, y un particular son exactamente iguales: ni contamina ni ensordece menos el primero, ni tampoco tiene especiales características que le permitan soslayar un accidente, o controlar mejor un móvil cuya energía cinética y cantidad de movimiento, por masa y velocidad, sean inadecuadas en el tramo en cuestión. Algo a lo que renunciamos cuando el vehículo oficial, para atender a terceros -y, a menudo, para salvar vidas, de lo que he sido testigo muchas veces, trabajando codo con codo con ellos- prescinde de los límites con la anuencia de la sociedad.

De ahí estas letras. No por menoscabar a quien tiene como misión proteger en la carretera, ni mucho menos. Todo lo contrario, y precisamente porque a veces la diferencia entre un desempeño bueno y un desempeño excelente pasa por estos "pequeños" detalles. Como decía antes, el ejemplo es el mejor de los activos de un colectivo que no está exento de las críticas inherentes a su propia labor de regulación, control y sanción.. Y esto, en un terreno donde hay tanto por hacer, y donde los excesos y las grandes burradas al volante son el pan de cada día, es muy importante.

Por eso, por la propia responsabilidad institucional de un Cuerpo que está comprometido hasta las cejas en lograr una carretera mejor, si yo fuese un miembro de esa institución estaría muy preocupado porque internamente se cumpliesen las normas, fuera de las ocasiones en que -por necesidades del servicio- no pueda ser así. Y es que es fundamental empoderar a las instituciones desde el ejemplo y la autoridad moral, mucho más allá de lo meramente coercitivo. En tal línea, tanto las Policías Locales como los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, así como la Dirección General de Tráfico, han de cuidar mucho su desempeño. Porque lo que se tarda años y años en edificar en términos de reputación corporativa, se puede destruir con un único mal gesto. Y ese es un coste que -como sociedad- no nos podemos permitir.