Nicea, año 325 después de Cristo, y más concretamente del 20 de mayo al 25 de julio. En aquella época y en aquella ciudad -hoy Iznik, en Bursa (Turquía)- tuvo lugar el hoy considerado como Primer Concilio Ecuménico de la Historia, tanto por parte de las Iglesias Católicas como por parte de algunas Iglesias Protestantes. Y allí, tan lejos para nosotros, se decidió cristianizar los populares festejos relacionados con el solsticio de invierno, a partir del cual los días comenzaban de nuevo a crecer, reinaugurándose una vez más el ciclo de la luz frente al de la oscuridad. Sí, fue en ese momento cuando tal asamblea instauró la fiesta del Natal, del Natalicio o de la Navidad, absorbiendo tal carácter festivo previo y llevándolo al terreno de lo confesional. Mucho ha llovido desde entonces, sí, pero ya ven que la Historia -como siempre afirmamos en esta columna- está íntimamente relacionada con nuestra vida hoy. Y que lo que en la actualidad hacemos, vivimos y asumimos como normal o habitual siempre tiene un porqué, un comienzo y una lógica, fruto de una época y una forma más o menos definida de ver la realidad.

Después de este primer párrafo introductorio, no dejemos atrás las buenas costumbres. Se les saluda, pues, en este tiempo de inminente vacación en las escuelas, con las ciudades iluminadas y el año 2018 pasando casi a mejor vida ya. Son días en los que, dentro de la más estricta diversidad, hay algunas actividades bastante tradicionales, que conforman la estampa de una época del año con marcada personalidad. Colas en las administraciones de Lotería, con el consiguiente intercambio de décimos y participaciones en los ámbitos familiar y profesional, muchas comidas y cenas de empresa y de grupos de amigos, y "ataque" publicitario masivo, especialmente en el sector del regalo y del juguete, en una época -la Campaña de Navidad- que, en muchos casos, implica un altísimo porcentaje de la facturación anual. Si a eso añadimos la antedicha decoración navideña, con guirnaldas y millones y millones de leds, nuestras ciudades y villas, mudan su cara para recordarnos, en cada segundo, la celebración de estos especiales días.

Lo gastronómico, tan presente en nuestras vidas norteñas de buen diente y buenos platillos, tampoco pierde comba en estos días anteriores al 25 de diciembre, en forma de bullicio y mucho movimiento. Y es que la adquisición temprana y, por ejemplo, la congelación durante unos días de alguna vianda que uno quiera ofrecer a su familia en Navidad, puede tener premio en términos de ahorro de bastante dinero. A mí, que me gusta comprar en mercado y siempre lo hago, se me antojan especialmente complicadas estas fechas para asumir tal tarea, precisamente por una mucha mayor afluencia de público y un dinamismo inédito en cualquier otro momento del año.

Y, después de todos estos elementos más del envoltorio y del cómo, la clave de la cuestión, que no es otro que el qué... Días de solsticio de invierno y de inicio de tal estación como paso inexcusable y obligatorio para empezar a descontar los días que faltan para que vuelva a explotar la primavera, hechos objetivos donde los haya. Y, a partir de ahí, todo aquello en lo que ustedes crean y cuya lógica quieran incorporar, desde el respeto a la tradición colectiva e individual, y con ánimo siempre de sumar y nunca restar. ¿Nacimiento de Cristo? Estupendo. ¿Días de concordia y celebración del amor entre los pueblos y las personas, la empatía y la afabilidad? Pues también. ¿Tiempo para la mejora personal y la constatación de cuál puede ser nuestra actitud hacia los otros en nuestro paso por la faz de La Tierra, en esa mágica clave tan de Dickens y su Cuento de Navidad? Fantástico. Porque pongan lo que pongan y digan lo que digan, estos pueden ser unos días mágicos y especiales para casi cualquier cosa que tenga en el foco, en positivo, -y permítanme la licencia, que en este caso importa mucho- a las y los demás. Porque sí, en los tiempos que corren, y hablando de estas cosas, hay que marcar claramente que uno hace especial hincapié en la acción en torno a ellas.

Por eso déjenme que les proponga una actitud para vivir estos días, especialmente si usted es de los que está quemado con los mismos, o cansado con razón de todo lo que implica, a veces de una forma bastante superficial. Si es así, y es de los que pide "que pase pronto" lo que se nos viene encima, entonces le planteo una mirada diferente. Y es que, ya que existe tal celebración, les propongo que la aprovechen desde la óptica positiva que mejor se ajuste a su forma de ser y ver la vida. Ya que hay días para resaltar lo que debería ser concordia, optimismo, amor y empatía hacia los demás, ¿por qué no poner todo ello en valor, como forma de proyectar tal actitud hacia los otros en esos días y en el resto del año? ¿Por qué no tratar de cambiar puntos de vista -quizá un tanto anquilosados por su estaticidad a lo largo del tiempo- y ver al otro con una pizca de otro sentimiento distinto? ¿Por qué no abrir un poco la mente y tratar de comprender más que de fijar una postura netamente personal?

Y es que, para mí -y otros años les he escrito ya sobre esto- el tiempo de Navidad, de su cercano Solsticio de Invierno, del Natalis Solis Invicti de los romanos o del Cápac Raymi -Fiesta del Sol poderoso- de los incas, es una excelente fecha para tratar de vibrar en armonía con lo cosmológico y, al tiempo, con cada ser humano que tengamos cerca. ¿Por qué no?

Les dejo. Me reclama Pérez, un encantador emoticono sin patas que me mira con ojitos de corazones. Bueno, no es humano, y me dirán ustedes que no habla. Pero es que uno no va a ser todo racionalidad, ¿no? Cuídenseme, que el próximo día que hablemos ya será 19, muy poquito antes de que me toque la Lotería...