No es el título de una de esas obras de cine o de teatro en la que la utilización de un muerto se convierte en el eje argumental de una comedia disparatada. En la mayoría de los casos la acción comienza por los apuros que sufre uno de los personajes al tratar de ocultar un cuerpo que pudiera hacerlo sospechoso de cometer un crimen. La trama se va enredando poco a poco y el muerto aparece y desaparece en los sitios más extraños hasta que al final se aclara todo de la manera más graciosa posible. Este tipo de obras son de éxito seguro pero, para no abrumar a los lectores con una sucesión de títulos, de las más conocidas quedémonos con una sola, El muerto es un vivo, una película argentina en blanco y negro dirigida por Yago Blass. Desgraciadamente, el muerto al que me refiero no es un personaje de ficción sino el muerto que necesitan algunos de los sectores políticos implicados en el contencioso por la independencia de Cataluña para cargar todavía más las tintas en un enfrentamiento que pudiera derivar en tragedia. Un temor que se ha visto incrementado en su intensidad a partir de las imprudentes declaraciones del presidente de la Generalitat, señor Torra, sobre su preferencia por la vía eslovena hacia la autodeterminación que costó, hay que recordarlo, casi medio centenar de muertos y fue el inicio de la destrucción de Yugoslavia. Unas declaraciones corroboradas, en su aspecto más siniestro, por otras del exconseller Toni Comín en las que convocaba de forma inequívoca a pagar el más alto precio (se supone que contabilizado en vidas humanas) con tal de conseguir los objetivos marcados por el independentismo. Pero no solo necesitan ese muerto los soberanistas catalanes sino también, a lo que parece, los unionistas del españolismo más rancio que han visto en este contencioso de patriotismos divergentes la gran oportunidad para crecer electoralmente en todo el país. Una

expectativa que adquiere fuerza tras el sorpresivo resultado de Vox en las recientes elecciones andaluzas. Y no es una impresión exclusiva

de algunos alarmistas porque he podido leer y escuchar opiniones en el mismo sentido de veteranos observadores del acontecer político. Así por ejemplo, Manuel Campo Vidal que escribe lo siguiente: "El independentismo y sus radicales buscan un muerto. Cuesta escribirlo, pero así de duro y extremo es. Un muerto para relanzar el procés decaído internacionalmente y volver con lo de España es como Turquía". Así está el patio. Y mientras esperamos por ello, conteniendo el aliento, el presidente del Gobierno, señor

Sánchez, viaja a Barcelona para

celebrar allí un Consejo de Ministros en el que, con toda seguridad, se abrirá la bolsa para resolver

algunas de las reclamaciones

catalanas pendientes de financiación. En circunstancias normales,

la celebración de un Consejo de Ministros en una parte del territorio español no supondría mayor

novedad ni sería objeto de especulaciones. La reunión ministerial se celebraría sin incidentes ni malas caras y el presidente del Gobierno español y el de la correspondiente autonomía se entrevistarían en un clima de cordialidad y respeto mutuo. Pero no ha sido así y el viaje

a Barcelona fue interpretado por los independentistas como una provocación. Más o menos como si se tratase de la visita del representante máximo de una potencia colonial.

Y ojalá no haya un muerto.