Las luces navideñas siguen aún encendidas, hacia la recta final ya de este tiempo de Navidad, esperado y esperable, pero no por ello a veces menos importante y hasta sorprendente. El paso del tiempo se ha llevado ya por delante el Solsticio, el tradicional Sorteo de la Lotería, la Nochebuena, la Navidad, la Nochevieja y el Año Nuevo. 2018 es parte de nuestro recuerdo, con muchos de sus balances hechos y otros aún en período de elaboración. Y un nuevo año, 2019, empieza a desplegarse ante nosotros. Un nuevo cúmulo de oportunidades, posibilidades, retos y nuevas vueltas de la vida. Es en este punto, día 2, cuando de nuevo les saludo y puedo decir, más allá de mi declaración de intenciones del pasado día 29, ¡Feliz Año Nuevo!

No les ocultaré que este año, aunque quizá sea solamente desde mi punto de vista, se nos presenta regular. A la falta real de capacidad transformadora de nuestra sociedad se nos suma una situación política difícil y lo que yo auguro como un momento económico nada claro. De la política no creo que tenga que hablarles mucho, porque todo está escrito ya. Las diferentes opciones en liza siguen comportándose más con un "¿Qué hay de lo mío?" que con una verdadera voluntad de solucionar los problemas del país y, lo más importante, de sus habitantes. Y es que parece que muchas veces se tratase más, en esto de lo público y muchos de sus personajes, del reparto de una tarta y el consiguiente "marketing político" para encajar mensajes y sensibilidad social, y así salir airosos en tal intento, que en el planteamiento conciso y claro, responsable y consecuente, de una forma de ver lo de todos y, a partir de ahí concitar los apoyos de quien crea que ese es el camino, sin más ambages ni reviravueltas. Dicho de otro modo, que hoy más que lanzar una propuesta y, desde la misma, sumar voluntades para intentar materializarla como estrategia de gobierno, se practica el nadar entre aguas, sonreír a todo el mundo, decir "digo" o "Diego" según convenga y creer que así se suma, cuando la cruda realidad es que tal cuento, al final, siempre conduce al desasosiego y al descrédito, a la desafección y al hartazgo.

Yo soy de los que se preocupan por el auge de mensajes que tienen en las fobias parte de su razón de ser. Y este hecho, inédito en términos reales hasta ahora en España, ha empezado a cuajar con nombre, apellidos, músculo electoral y parlamentarios autonómicos. Si a eso sumamos la debilidad del actual Gobierno, la amplia fractura social en temas nucleares y que afectan a la convivencia, y el poco liderazgo, en general, puede estar servido el menú de la debacle. ¿Quizá vamos a escenarios fuertemente polarizados, de esos que hacen tan poco por una mejor convivencia? Me preocupa, sí. Mucho.

Y la economía, ya ven... Hay signos claros de que hemos vuelto a porfiar nuestra estabilidad al mismo tipo de actividad que antes de la gran recesión, y no olviden que la génesis y gestión de este tipo de fenómenos tampoco es inocente. Una mucho mayor inequidad en el país hace a una masa importantísima de sus habitantes mucho más vulnerables, y este puede ser el caldo de cultivo que desde algunos grupos de interés se promueve y necesita para conseguir sus objetivos. Si a eso sumamos un contexto global con ciertos nubarrones, y más de lo mismo en muchos de los problemas clásicos y enquistados de las relaciones internacionales, "Quo Vadis, sociedad?" Me da que lo veremos en breve.

A partir de lo político y lo económico, lo social va de la mano. Una parte muy importante de la sociedad está económicamente exhausta, y muchos de los mecanismos de redistribución de la renta o que permitieron paliar en parte el aumento de la inequidad se han ido agotando ya. El peso económico y decisorio de esta parte del mundo sigue menguando, en un contexto de emergencia de otras potencias, y la mundialización tampoco nos ayuda demasiado. Y si lo político y lo económico no es boyante, nuestra sociedad puede resentirse mucho más en términos de convivencia y estabilidad.

Tenemos que hacer un gran esfuerzo educativo para trabajar muchos de los temas en los cuales o el lobo ya está aquí, o del que vemos sus orejas. Este pasado 2018 ha sido claro y clave en el planteamiento de una nueva vuelta de tuerca en la cuestión de la igualdad, necesaria y hasta imprescindible. Pero los nuevos machismos están ahí, igual que los nuevos elementos de xenofobia, de fractura social, de falta real de oportunidades y de una mejor gestión del talento y las capacidades. Son solo algunas pinceladas de cómo la educación puede conformar un mundo mejor, algo absolutamente inaplazable. Nuestra sociedad está cambiando mucho, ampliando su diversidad y en tal sentido generando valor, pero hay algunos riesgos asociados en la fuerte mutación entre lo que éramos hace veinte o treinta años y lo que somos ahora. La soledad empieza a ser una fuerte patología social, agravada en los segmentos de mayor edad. Y la propia demografía, en su conjunto, no está para tirar cohetes. Ya saben que en Galicia, más que nacer, nos morimos. Y que el saldo vegetativo que tenemos es francamente desolador. ¿Hablamos?

Ya ven, tareas, retos, visiones y problemas que se agolpan en estos primeros días del año, y la intuición -por mi parte- de que 2019 va a ser especialmente clave en el diseño de cómo será nuestra sociedad a medio plazo. Lo digo por algunos temas pendientes, decisiones clave y otros elementos que irán trufando de actualidad y reflexiones nuestros próximos días, semanas y meses. Apasionante, claro está, y vertiginoso. Pero, ¿acaso la vida, en sus diferentes vertientes, ha sido alguna vez de otra manera?

Tómenselo con calma y serenidad, paso a paso y poco a poco. Vayan sorbiéndose este 2019, disfrutándolo y, al tiempo, aportando a los demás. Les deseo la máxima felicidad posible en el mismo y aquí, nos vemos, si quieren y los hados nos son propicios... ¡Feliz 2019!