Allá por junio de 2014 escribí sobre Podemos que aquello no era un partido sino unos dirigentes audaces, arrogantes e ilustrados pero sin reflexión y por completo faltos de sentido de la realidad, un grito contra todo sin pies ni cabeza y, eso sí, más de un millón de votantes en las europeas de entonces. Sin organización, ni programa, ni ideología, ni estrategias a corto, a medio y a largo plazo. Emergieron pujantes y dando lecciones de democracia pero pronto se vieron las maneras autoritarias y caprichosas de su líder, el amontonamiento organizativo en cada territorio y una ensalada izquierdista y antisistema en lo ideológico. Luego vino el exhibicionismo en las instituciones, en la calle y ante el Rey para epatar al mundo. Las posibilidades de tocar poder, si en serio las hubo, se esfumaron en seguida. Después las deserciones y las expulsiones, la boda, la magnífica casa muy lejos de Vallecas y la pérdida de 300.000 votos en Andalucía. Y ahora ante las locales, autonómicas y europeas la traición, así la llaman, de Errejón, y más, cautivado por la gestión de Carmena y un montón de dificultades y líos para armar candidaturas en todas partes. El movimiento de indignación, de exhibicionismo y palabrería revolucionaria se desvanece sin haber aportado nada a los cinco millones de votos, salvo decepción, y a la política española solo mucha brocha gorda en el debate y la protesta, y divisiones en la izquierda clásica. Un éxito lo de Podemos.

Vox es lo que nace en el otro extremo y en común con Podemos tiene lo súbito y pujante de su nacimiento, la falta de organización y liderazgos, en plural, la indignación y la hartura de muchos, ya veremos, por todo aquello que, construído y consentido durante décadas por los grandes con el respaldo de la inmensa mayoría, no acaban de entender aunque hasta ahora lo hayan soportado en silencio. Vox nace de la crisis, no de la económica sino de la política, de la social y de la cultural que tienen más profundidad que la económica aunque tarden más en incubarse y acaso más en desvanecerse. La emigración, la identidad española y las políticas de igualdad que entienden discriminatorias, son las tres patas sobre las que nace y se fortalece Vox, al menos en Andalucía. Sobre la emigración permítanme recomendarles el inteligente artículo, La izquierda frente a la emigración, de la politóloga Sheri Berman en El País del jueves. El resumen es que o la izquierda comprende que los recelos hacia la emigración no son de fascistas xenófobos, sino de ciudadanos demócratas que no están de acuerdo con algunas políticas que perciben excesivas en admisiones, servicios y cesiones culturales o será la derecha la que se apropie y encauce ese rechazo. Como ocurre con el sentimiento de Nación y la identidad española de quienes no son fascistas sino gentes que quieren a su país, entero, seguro y satisfecho. Es la segunda reivindicación de Vox que rechaza los excesos de la descentralización que desiguala, la diferencia es otra cosa, y la imposición de un patriotismo constitucional, frío y cosmopolita, a expensas del patriotismo español con memoria, sentimientos y orgullo, también como no, de su ciudadanía bajo la Constitución democrática. Y queda la protesta por lo que Vox considera excesos discriminatorios en la reciente legislación penal, 2004, y en la política de apoyos oficiales a las asociaciones de mujeres. No están solos en esto los de Vox y no faltan, ni mucho menos, los juristas que comparten las críticas. En definitiva, Vox no es el fascismo al que haya que encerrar tras un cordón sanitario, sino una derecha de protesta enérgica, intransigente sí, pero que, de momento, en Andalucía ha demostrado cintura para hacer, si no amigos, cuando menos socios a los que facilitar el gobierno.