Esto sigue rodando, amigos y amigas. Si nos podemos comunicar en este mismo momento es porque usted ahora, y yo al menos hace unas horas, en el momento de enviar el artículo, estamos vivos y tenemos algo en común sobre lo que intercambiar puntos de vista. Bueno, dicen que esa es la clave a la hora de construir una sociedad en común: hablar, hablar y hablar. Ponerse de acuerdo. Tratar de tomar lo más interesante que cada uno de nosotros y nosotras podamos, en función de nuestro entendimiento, expresar para, colectivamente, edificar algo bueno. Y que, como todo lo que los humanos nos traemos entre manos, a veces será mejor y a veces peor, y que a veces necesitará retoques y reediciones y otras no. Pero soy de los que piensan que, caminando por esa senda, siempre iremos a mejor, y nunca a peor. Los grandes conflictos, los grandes problemas, las grandes citas y los más tristes desaguisados siempre se producen porque, en un momento dado, nos damos la espalda, cerramos la puerta y se acabó eso de contarnos en qué estamos de acuerdo, en qué no, y cuál puede ser una buena forma de limar algunas de esas asperezas.

Miren, hoy he titulado el artículo Picando piedra porque soy muy consciente de que hay personas que, allá en Totalán, no han parado de hacer esto a la desesperada durante días. No sé si cuando lean esto -ojalá- se habrá terminado ya la magna y rápida obra para llegar al pequeño que se cayó en el pozo. Y no sé tampoco si el final será feliz o no. Espero que sí. Pero, en todo caso, lo que quiero contarles se mantendrá muy vivo independientemente de que mineros, ingenieros, operarios y todo tipo de personal de apoyo, sanitario y de seguridad, hayan terminado su urgente y sobrevenida tarea o no. Y es que lo que hoy afirmo es que, cuando alguien pica piedra a la desesperada, con un plan y con sabiduría, enfrentándose a los elementos y a las complicaciones propias de lo que hay que hacer de forma rauda y sobre la marcha, dando el do de pecho y el resto de la escala de todo el cuerpo, sobran tonterías por parte de terceros. Me explicaré.

La cuestión es que me he permitido leer algunos comentarios de lectores a las noticias de diferentes medios sobre la situación de emergencia a la que me refiero. Nunca lo hago, porque sé que es malo para la salud. Pero, miren, a veces uno ha de medir de forma exhaustiva qué es lo que respira esta sociedad, buscando en absolutamente todos sus rincones. Y, entre ellos, también ahí. Donde se refugia quien quizá no sabe, quizá no quiere y quizá no puede, pero suelta la lengua para criticar, muchas veces con un discurso absolutamente vacío, deslabazado y falto de contenido. Pero igualmente hiriente e inapropiado. Desafortunado a todas luces. Y que solamente me suscita preguntar por qué. ¿Será el aburrimiento?

Tales perlas se refieren a todo el proceso desencadenado desde la primera alerta en relación con el suceso. Enmiendas a la totalidad, que si habría que hacer esto o lo otro, que si es un despropósito plantear la obra de tal forma o de la contraria, que si se ha perdido tiempo en no sé qué... Etcétera, etcétera. No se imaginan ustedes la de ingenieros de muralla, o de muro de Facebook, que han opinado sobre la labor de los técnicos. Olvidando que no se tienen encima de la mesa todos los detalles, y que en la mayoría de los casos uno es absoluto lego en la materia técnica de la que hablamos. Sin tener en cuenta aspectos determinantes, decisivos y palmarios para optar por algo o por su contrario. Y, aún así, hablando, hablando y hablando.

Estoy convencido de que tal rasgo es muy propio de estas latitudes. Hablar de los que pican piedra a la desesperada, sin saber cómo se hace ni pretenderlo verdaderamente. Tratar de destruir lo que otros levantan desde la entrega, por razones espurias o ni por eso. Criticar por criticar, sin más. Sin piedad.

Todos hemos sido víctimas, de una forma u otra, de este tipo de situaciones. Quizá de descalificaciones genéricas e interesadas, basadas en un prejuicio, sobre un trabajo profesional, entregado y muy fundamentado, simplemente para cosechar malditos réditos políticos. O quizá a veces hemos "picado piedra" por alguien, sin que a esa persona o a terceros les conste o les importe, superado el bache y tirado el flotador a la basura. A lo mejor hemos trabajado muy a pie de obra, para solamente cosechar críticas de quien no tiene idea de a dónde ha llegado la fuerza de nuestro planteamiento o de nuestro compromiso personal. Situaciones en las que uno "pica piedra", en medio de comentarios desnortados, de quien habla sin saber o, peor aún, sabiendo certeramente dónde quiere lastimar.

Creo que tenemos que ser extremadamente pulcros con el desempeño de los demás. Y eso implica tanto ser capaces de establecer una crítica constructiva cuando proceda y estemos en situación de ello, como de callarnos cuando no sepamos o no tengamos toda la información necesaria. Y esto se puede llevar a campos tan dispares como el de la aplicación de la Justicia, a cualquier emprendimiento humano o, como no, a un conjunto de seres humanos que tratan de arañar horas de espera a un grupo humano en situación de shock, allá en la bella Axarquía malagueña.

Sí, hemos de ser pulcros y constructivos. Y empáticos. Y prudentes. Y conscientes de que, cuando nosotros nos explayamos sin medida ni contención, otros pican piedra. Poco a poco, con tesón y fuerza, inteligencia y bondad, así como con elementos de contexto absolutamente insoslayables, y que no pueden ser deslindados de su marco de operación o de toma de decisiones. Contexto que a veces es imposible entender o soportar desde fuera. Y que hace que determinados juicios paralelos sean absurdos, prescindibles e inoportunos, o hasta groseros.