Haría unos 20 años que no había vuelto a esquiar a la estación de Cerler (Benasque, Huesca), pero el pasado 13 de febrero borré esa incuria, mercándome una jornada inolvidable. Me acordaré de ese límpido y soleado miércoles pirenaico por muchos motivos: por la gozada deportiva, por la compañía de Javier, por la calidad de la nieve, por la amplitud de las pistas por las que moví, por las escasas colas en los remontes, y eso que era un "día loco" en que se abaratan los forfaits, por la concatenación de trazos que puedes empalmar para completar la llamada pista "9 kilómetros" desde la cumbre del Gallinero (a 2.630 metros) hasta la base -uno de los aparcamientos- del Molino, y por otros motivos más peregrinos tales como el dolor en mis cuádriceps y la alegre tensión acumulada hasta descalzarte las rígidas botas de esquiar. Además pude comprobar el crecimiento de las edificaciones, servicios y establecimientos en la propia estación y en los alrededores, así como la diversidad y sobre todo la calidad de los vehículos, antes acostumbrados a pocas marcas y modelos, que poblaban el estacionamiento usado. Ahí se palpaba un crecimiento del bienestar social en estos últimos 20 años que no sé precisar en cifras, pero que a la vista estaba.