Finlandia ocupa todos los años los titulares de los periódicos por la calidad de su sistema educativo, el prestigio de sus maestros y el alto rendimiento de sus escolares.

Es un país modélico en muchas cosas, pero no puede decirse lo mismo de otros sectores, entre ellos uno tan importante como la minería, en el que las empresas parecen campar a sus anchas.

Según critican algunos medios finlandeses, como el Helsinki Times, los grupos dedicados a la minería de oro o a la industria del papel pagan muy pocos impuestos y el Estado no hace valer muchas veces sus derechos de propiedad.

Hace tiempo que los defensores del medio ambiente y de los bienes comunes se quejan de ese estado de cosas y exigen una legislación mucho más estricta, al nivel al menos de las de otros países europeos.

Uno de esos ciudadanos es el cineasta más conocido internacionalmente del país, Aki Kaurismäki, autor de películas de éxito como Un hombre sin pasado o La muchacha de la fábrica de cerillas o Contraté a un asesino.

Irritado por el trato de favor a los grupos mineros en perjuicio del pueblo finlandés, Kaurismäki ha escrito una carta al presidente del país, Sauli Niinistö, para devolver el título de Académico de las Artes que se le había otorgado.

En ella, el cineasta se queja de que, a pesar de las advertencias de docenas de expertos, al Gobierno de Helsinki no le importan ni el cambio climático ni las próximas generaciones y de que las empresas extranjeras se comportan allí "como en el África colonial".

El Gobierno parece únicamente "preocuparse por los intereses de un capitalismo sin rostro", critica también el realizador, que anticipa que sus ministros "serán generosamente recompensados por el sector privado".

Kaurismäki termina su escrito al jefe del Estado en plan irónico al señalar que "los sueldos de los ministros debería pagarlos el sector privado", y el dinero que así se ahorrase podría dedicarse a "educación y a la atención a las personas de mayor edad".