Esperemos que nunca se aplique una medida tan denigrante como es retrasar o eludir la expulsión de las mujeres inmigrantes siempre que den en adopción a su hijo o, supongo, a su hija, tal como alguien propuso en el PP o al menos se lo coló. Solo con que a alguien se le haya ocurrido tal cosa, que un partido le dé cobertura o que no depure responsabilidades y el escándalo producido únicamente se quede en palabras indica que derivamos a un grado de encanallamiento insoportable. Como siempre, tras una metedura de pata así, es corriente que se diga digo donde se dijo Diego y se explique que ha sido mal entendido o intencionadamente mal interpretado. En este caso da igual porque "de lo que abunda en el corazón habla la boca" y el asunto puede ser un error, pero también un síntoma revelador del pensamiento y de la catadura moral y política de algunos dirigentes, carentes de la mínima sensibilidad para detectar semejante exabrupto: una muestra de lo que tienen en su cerebro. Se puede considerar que el fragor de la lucha electoral y, sobre todo, la presión que sobre el PP está ejerciendo Vox lleve a los bisoños dirigentes actuales del partido a saltarse límites que, hasta para la derecha más conservadora, eran líneas rojas que no podían traspasarse para no caer en extremismos execrables. Estas consideraciones pueden hacernos entender mejor el grado de crispación paranoica que los máximos dirigentes de las derechas están sufriendo, pero en absoluto sirven para justificarlos, porque hay derechos, principios y valores éticos adquiridos, socialmente establecidos y política e internacionalmente respaldados, cuya conculcación no se puede tolerar. Dirán lo que quieran, pero la literalidad de la propuesta es supremacista, racista y nítidamente machista, ya que el degradante trato se propone a las mujeres.

Con todo, en la ocurrencia popular se reconoce paradójica e implícitamente que los inmigrantes son necesarios, al menos para evitar nuestro envejecimiento. Como también lo son y serán para nuestro propio crecimiento económico y bienestar social. Es decir, que la emigración es un fenómeno, no un problema, que debe producir efectos positivos, pero que serán negativos si se trata como el PP propone.