Toreros, generales sin mando en plaza, tertulianos de la tele y tal vez alguna tonadillera adornarán las candidaturas a las próximas elecciones. Tan solo falta la presencia de un obispo emérito o, al menos, algunos sacerdotes de izquierda y de derecha para que la votación alumbre, si así lo desean los electores, un acabado retablo de la España cañí.

Vuelven los partidos al casticismo, aparentemente; pero en lo esencial se comportan como de costumbre por la parte que toca a la criba de candidatos. No hay más que ver la depuración a la que Pedro y Pablo han sometido a sus antiguos compañeros, ahora arrojados a las tinieblas exteriores.

La fase previa a unas elecciones recuerda mucho al Juicio Final, como bien acaban de comprobar en sus carnes „y pronto en sus nóminas„ los perjudicados por la poda en los dos principales partidos. Es la hora del llanto y del crujir de dientes para unos; y la de la gloria para otros.

Los desafectos a los nuevos líderes han sido apartados de las candidaturas para dejar sitio a la gente de confianza, que pasó a situarse a la derecha del Padre. Sobre todo, en el partido de Pablo Casado, claro; aunque el concepto de derecha en la Biblia no sea exactamente el mismo que el de la Revolución Francesa actualmente vigente.

Tal que si fuese un dios colérico del Antiguo Testamento, el socialdemócrata Pedro Sánchez ha liquidado al 80 por ciento de los anteriores candidatos del PSOE al Congreso; y casi al 90 por ciento de los del Senado. Por no quedarse atrás, el joven Casado aprovechó también la circunstancia para fumigar a todo aquel que le recordase a Mariano Rajoy (que a estas alturas empieza a parecer, por comparación, un centrista virado a la izquierda).

A esto se le suele llamar renovación, cambio y hasta revolución dentro del partido; pero tampoco nos vamos a engañar. Es, meramente, una purga con la que se castiga a los amigos del anterior jefe para que dejen sitio a los del nuevo.

De estos curiosos avatares de la política advirtió ya en su día Winston Churchill, quien calificaba a los del bando de enfrente como simples adversarios. "Los enemigos los tengo detrás, en los bancos de mi partido", aclaró el premier británico a un periodista que le preguntaba ingenuamente por los entresijos de la batalla parlamentaria. "Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros", resumía más sintéticamente la misma idea Pío Cabanillas, político galaico famoso por sus artes florentinas.

Este afán por el degüello no responde a inquina particular alguna que puedan profesarse los miembros de un mismo partido. Como en otras familias, no hay en ello nada personal, sino la lógica del negocio a la que apelaba Don Corleone en cierta famosa obra de Mario Puzo. Se trata de un problema aritmético que la Biblia explicita muy bien en la afirmación de que muchos son los llamados; y pocos los elegidos.

Los excluidos de las candidaturas y, por tanto, del paraíso parlamentario, amagan con amotinarse; pero no hay cuidado de que vaya a suceder cosa alguna. Muchos de ellos van a esperar, sin duda, a los resultados del 28 de abril, que es la fecha del verdadero Juicio Final en el que los electores espigarán entre la oferta para premiar a unos con el gobierno y mandar a los otros a la oposición. Quizá llegue entonces la hora de la revancha para los purgados. El cielo del Congreso se ha puesto carísimo.