Imagine el lector que se conecta a la edición digital de este diario con la intención de saber qué está pasando en el mundo y, de buena mañana, se topa con que su periódico está retransmitiendo en directo la masacre de 50 personas gracias a una cámara GoPro que lleva uno de los autores del baño de sangre. Imagine el lector que, antes de que nadie corte la retransmisión de la salvajada, puede desayunarse con 17 minutos de cine gore con muertos frescos.

Eso ocurrió gracias a Facebook Live en el ataque a dos mezquitas en Nueva Zelanda. Ahora, una vez regada la red con la sangre de medio centenar de inocentes, la multinacional de Mark Zuckerberg se afana en ir borrando el rastro de vídeos de la matanza. Ya ha eliminado, dice, 1,5 millones, incluidas las versiones editadas que no muestran a las víctimas en su agonía.

Los que decían que la web traía el nacimiento de una nueva democracia global sostenían también que al armar a cada ciudadano con un teléfono móvil y una plataforma de difusión masiva, para que contara al mundo cuanto se la pasara por la cabeza, estábamos creando un nuevo modelo de periodismo muchísimo más libre; que daría voz, por fin, a cada persona, por humilde que fuera. Así se acabaría, decían, la censura de los editores, los intereses corporativos que primaban en los grandes medios de comunicación y otros etcéteras argumentales, de tufo conspirativo algunos de ellos.

Mark Zuckerberg fue uno de los que decía estar construyendo esa nueva sociedad y, de paso, cargándose el periodismo tradicional pues, además y junto con Google, vampirizó la publicidad que había hecho viables durante décadas las ediciones impresas de los diarios. En 2017 le preguntaron sobre la supuesta utilización de su red social por parte de Rusia para torcer las elecciones norteamericanas. Respondió así: "No verificamos lo que dice la gente antes de decirlo, y francamente, no creo que la sociedad deba querer que lo hagamos. Libertad significa no tener que pedirpermiso primero, cualquiera puede decir lo que quiera". O sea: nada se verifica y la mayor chifladura queda equiparada con la verdad más objetiva y constatable. En resumen, pedimos por internet una utopía y nos llegó una distopía. Visto lo visto, ¿por qué no volvemos al periodismo de ley? ¿Por qué no volvemos a verificar los hechos? ¿En qué limitamos la libertad si defendemos que los xenófobos, los nazis, los troles, los negacionistas de la ciencia y la razón, o los yihadistas de cualquier confesión no deberían tener altavoz "para decir lo que quieran"? ¿Nos hace más libres poder retransmitir en directo una masacre sin apenas cortapisas?

El buen periodismo se esfuerza en desvelar aquello que el poder trataba de ocultar. Hoy, además, en esa labor de contrapoder, ha de aplicarse a fondo para filtrar y encontrar qué es lo relevante y veraz de toda la montaña de basura más o menos tóxica que se difunde cada segundo. Y para hacer eso hacen falta más periodistas. Los grandes periódicos, como The New York Times o The Wall Street Journal, están aumentando sus salas de redacción. Este último ha incorporado a 40 personas más a una plantilla integrada por 2.000 periodistas. No es una ampliación masiva, pero rompe la tónica de recortes en la redacciones. Crearán nuevos contenidos originales y buscarán nuevas maneras de conocer y contactar con su audiencia, dice la oferta de empleo, pero también una parte de ellos se dedicarán a investigar cómo frenar las noticias falsas ( fake news), esa plaga digital que borra la línea entre verdad y ficción interesada.

Más periodistas suponen más bocas que alimentar para los gerentes de esos diarios. Pero ese gasto expansivo ahora ya pueden asumirlo porque ambos diarios empiezan a notar en sus balances el apoyo económico de sus lectores a través de nuevas suscripciones a sus respectivas ediciones digitales. Eso, el apoyo de sus lectores, es lo que les está permitiendo volver a trazar la clara diferencia entre el dañino guirigay que auspician las redes sociales y una conversación colectiva que nos permita seguir avanzando. Con este auge de las suscripciones digitales en EEUU, no están inventando nada. Lo decía recientemente el consejero delegado de The New York Times, Mark Thompson: "Una vez hubo un enorme mercado pagado para el periodismo en Estados Unidos. Quiero decir, claro que la publicidad era capital, pero una gran cantidad de personas estaban pagando dinero por el periodismo. Siempre digo: no estamos tratando de inventar una nueva disposición a pagar. Estamos tratando de recuperar la disposición a pagar".

Thompson explica que la clave de esas suscripciones no es tal o cual noticia. Es que su periódico "es el centro de muchas conversaciones". La clave, dice, es su "indispensabilidad" en la vida de muchos de sus lectores. ¿Cree que el periódico es indispensable para usted y para su comunidad, su región, su país, o prefiere seguir viendo vídeos de masacres? Son gratis, pero?