El día 10, querida Laila, se cumplieron veintiún años del Acuerdo de Viernes Santo o Acuerdo de Belfast, que trajo el fin de la violencia política en Irlanda del Norte y propició la disolución del IRA. Fue firmado por el Gobierno británico y la República de Irlanda que se comprometieron, los ingleses, a eliminar la ley de su parlamento que proclamaba la partición de Irlanda y, los irlandeses, a reformar su Constitución en los artículos que reclamaban la soberanía del EIRE sobre Irlanda del Norte. Por su parte los partidos políticos del Úlster, también firmantes, renunciaron a la violencia, reconocen los mismos derechos políticos y civiles a católicos y protestantes y se comprometieron a repartirse poder y gobierno democráticamente, exigiendo para asuntos trascendentales la mayoría en cada una de las comunidades, la llamada doble mayoría. En el acuerdo participaron mediadores internacionales que jugaron un papel relevante. Hoy puede decirse que aquellos acuerdos devolvieron la paz a Irlanda del Norte, pero también hay que decir que esa paz corre peligro con la aplicación del Brexit. Esto es así porque el Gobierno de Londres ha perdido su neutralidad entre las comunidades católica y protestante del Úlster y, por tanto, la confianza de los católicos, cuando Theresa May, para sostener su gobierno, se alía con los extremistas protestantes del DUP. La vida política en el Úlster, la parlamentaria incluida, se paraliza sin que, por parte de los tories y de sus aliados del DUP, se muestre mayor interés por recuperar la normalidad. La relación siempre difícil entre los republicanos católicos del Sinn Fein y los partidos unionistas también se quebró y la última garantía efectiva del Acuerdo del Viernes Santo pasó a ser y es, de momento, la UE que, en su día, asumió el contenido del pacto y que, naturalmente, avala el respeto y reconocimiento de los derechos iguales de todos los irlandeses. Pero esto dejará ser así cuando el Reino Unido abandone la Unión. Es decir, el Brexit es la principal y más seria amenaza para la paz en el Úlster y su aplicación, con las secuelas políticas de ruptura de los actuales equilibrios y, por ejemplo, con las consecuencias fronterizas con la República de Irlanda, podría abrir una dinámica política, económica y social generadora de condiciones que faciliten la vuelta a la confrontación armada. Puede llegar un día próximo en que baste con una chispa que cualquiera, interesadamente, pueda hacer saltar. Comprobamos, una vez más, lo frágil, leve y vulnerable que es la paz y lo fácil y virulenta que es la violencia política.

Todo esta rememoración me la suscitó este viernes santo, y el rosario de frivolidades desgranado en la campaña electoral. Esas frivolidades que carga el diablo y que llevan a la banalización del mal. No se puede banalizar el fascismo empleando este apelativo a todo lo que se menea, incluso lo que se menea legítimamente, en el campo adversario. No se puede banalizar la violencia política y el terrorismo invocándolos como quien invoca a los espíritus por jugar, con la pretensión de hacerlos presentes para meter miedo. Agitar el fantasma de ETA sin venir a cuento, pues muerta y bien muerta está, es buscar su corporeidad política y pretender que resucite al tercer día. Revela que hay quien siente e incluso piensa que contra ETA vivía mejor, porque quien tiene alma de dictadorzuelo añora la excepción y sueña, por ejemplo, con un 155 eterno en el tiempo y sin límites en el espacio.

Quien juegue irresponsable y frívolamente con la paz merece nuestra repulsa tajante, porque la primera condición para la duración de la paz es, querida, ser muy conscientes de su delicada levedad.

Un beso.

Andrés