A Coruña es una ciudad bañada por un mar embravecido. Una esquina del mundo en medio de ninguna parte y un destino por el que no se pasa, sino por el que hay que hacer por pasar. El tren de la suerte hizo que don Antonio Ortega Rodríguez -padre de don Amancio Ortega Gaona y ferroviario de profesión-, trajese a esta familia a la ciudad en la que nadie es forastero, con un equipaje repleto de sueños que no tardarían en dar forma a una de las fortunas económicas mayores de todos los tiempos.

Amancio Ortega o, si me lo permiten, el mago de la chistera inagotable, comenzó a trabajar en la ciudad herculina en un par de tiendas de ropa, hasta que decidió apostar el todo por la nada para crear la matriz de la que hoy es la empresa Inditex y pulmón económico de este rincón, según los romanos, cercano al fin del mundo. El resto de la historia todos lo conocemos ya.

Este señor con todas las letras es un hombre de mirada inteligente y ademanes correctos y sencillos. Amante del trabajo, en su camino estelar se confabularon astros como la bondad, el valor, la suerte, la oportunidad, la intuición, el equipo, la visión y la inteligencia; juntándolos todos ellos en su chistera, supo sacar un conejo tras otro de su interior.

Es muy probable que este hombre de espíritu humilde y alma de guerrero hubiera deseado ser un personaje anónimo, aunque no lo logró del todo... No es posible hacerlo cuando uno se convierte en una leyenda viviente capaz de ejercer un mecenazgo sin grandes aspavientos y con extrema consideración por la enfermedad, algo que conoce bien de cerca... Y, posiblemente por ello, don Amancio ha tenido a bien donar varios cientos de millones de euros para adquirir maquinaria de última generación con la que prevenir y tratar enfermedades como el cáncer.

Me parece increíble que, con esto y con todo, continúe habiendo individuos empeñados en repetir que no necesitamos de su caridad y hasta quienes se ensañan con él por no dar más; por no hablar de aquellos que consideran que no debe ser él ni su equipo quienes decidan cómo, cuándo y en qué invertir sus donativos.

Cuando yo hago un regalo, lo primero que me planteo es destinar un presupuesto en base a mis posibilidades, después trato de elegirlo con cariño y, por último, suelo cruzar los dedos para que agrade a su destinatario. No puedo imaginarme ser criticada por adquirir algo que no cumpla las expectativas del agasajado, básicamente, porque cada cual regala lo que quiere y cuando quiere, así como porque a caballo regalado no se le debe mirar el diente.

Ningún ser humano tiene obligación de regalar nada a nadie, pero considero que -de hacerlo- la buena educación y el agradecimiento propio de todo bien nacido, deben estar por encima del obsequio en sí mismo.

Así que, señoras y señores, ya no solo pido un monumento, plaza o calle para este benefactor económico y social; sino también una disculpa por parte de aquellos detractores de su generosidad... Y permítanme aprovechar también estas líneas para recordarles que la envidia anida en el corazón de los espíritus chiquitos, mientras que la admiración y el respeto lo hacen en el de los poseedores de un pensamiento elevado. Elijan ustedes a qué grupo desean pertenecer. Yo hace tiempo que lo tengo claro.